sábado, 2 de agosto de 2008

- EL SENTIDO DE LAS RELIGIONES.

Este artículo, que transcribo literalmente a continuación, no es mío ni sé de quien es, sólo sé que lo copié el domingo 10 de diciembre de 2.006 de la prensa digital y que hoy, después de leerlo otra vez, me dispongo a darle publicidad por lo que de interesante tiene, bajo mi punto de vista, sobre la iglesia católica.


JESÚS JAMÁS INSTITUYÓ –NI QUISO HACERLO– NINGUNA NUEVA RELIGIÓN O IGLESIA, NI CRISTIANA NI, MENOS AÚN, CATÓLICA:

Según los Evangelios, Jesús solamente citó la palabra “iglesia” en dos ocasiones, y en ambas se refería a la comunidad de creyentes, jamás a una institución; el término semítico “ekklesía” designa la asamblea general del pueblo judío ante Dios, la “kahal Yahveh”.

Pero la Iglesia Católica sigue en su empeño de mantener la gran mentira de poner a Cristo como el creador de su institución y de preceptos que no son sino necesidades jurídicas y económicas de una determinada estructura social, conformada a base de decretos con el paso del los siglos (véanse los distintos Concilios).

Aunque parezca absurdo, Jesús no fue cristiano (y menos aún católico) y prueba de ello es que sólo se limitó a intentar agrupar al “pueblo de Israel” bajo un nuevo marco, y las pruebas de ello podemos encontrarla en los Evangelios. Según Mateo 10, 5-7 “A estos doce (los apóstoles) los envió Jesús, dándoles estas instrucciones: No vayáis a tierras de gentiles (no judíos), ni entréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicar que el reino de los cielos está cerca” y Mateo 15, 24 “Pero él respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.

Jesús fue un judío, como sus discípulos, y ni tan siquiera pretendía fundar una secta judía más entre las muchas que ya había en su época. Todo su esfuerzo se encaminó en mejorar la práctica religiosa del judaísmo entre su pueblo (No vayáis a pensar que vine a abolir la ley o los profetas; no vine a abolir, sino a dar cumplimiento. Porque os lo aseguro: antes pasarán el cielo y la tierra, que pase una sola jota o una tilde de la ley sin que todo se cumpla.”, Mateo 5, 17-18) y ante su convencimiento del inminente advenimiento del “reino de Dios” en la Tierra (“En verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán de la muerte antes que vean el reino de Dios”, Lucas 9,27).

Esta creencia en la inminencia del Juicio Final y en el reemplazo del mundo por el “reino de Dios” era compartida por buena parte de los judíos de esa época, que mantuvieron la vista puesta en ese cercano momento durante gran parte del siglo I. A principios del siglo II, una epístola escrita por Pedro intenta frenar el desánimo de los cristianos, provocado por el incumplimiento de la promesa de Jesús de venir de inmediato al mundo para presidir el día del juicio final: “Ante todo, sabed que en los últimos días vendrán escarnecedores con sus burlas, que andarán según sus propios deseos y que dirán: <> (...) Una cosa no debe quedaros oculta, queridos hermanos: Que un día es ante el Señor como mil años y mil años como un día. No demora el Señor la promesa, como algunos piensan; sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos se conviertan” (II Pedro 3, 3-9). Con el descaro usual, la iglesia católica viene a decir que no es que Cristo se hubiese olvidado de cumplir su profecía sino que, debido a la diferente apreciación del tiempo que se da cuando uno está ante Dios o ante los hombres, había aplazado “sine die” el final para que pudiesen salvarse cuantos más mejor...

Siendo tan intensa la creencia en la inminencia del Juicio Final, resulta obvio que ni Jesús ni sus apóstoles quisieron fundar ninguna nueva religión o estructura organizativa del tipo de una Iglesia, sino que promovieron con todas sus fuerzas el agrupamiento del pueblo de Israel en torno a la “ekklesía”, eso es la asamblea general del pueblo judío ante Dios.

Por tanto el origen de la Iglesia hay que buscarlo en la evolución de un proceso histórico y no de una fundación institucional emanada de la voluntad de Jesús. Una Iglesia Católica que antepone la autoridad de su Tradición a la de las Sagradas Escrituras.


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