miércoles, 24 de mayo de 2017

- JUNTA GENERAL EXTRAORDINARIA DEL C.D. BONARES BONAFRU

Por la presente el C.D. BONARES BONAFRU convoca JUNTA GENERAL EXTRAORDINARIA para el próximo 9 de Junio de 2017, en su sede de calle Niebla s/n (Antiguos grupos escolares), a las 20 horas, en primera convocatoria, y a las 21 horas, en segunda convocatoria. 
          El orden del día es el siguiente:
1.- Lectura y aprobación Acta Junta Anterior.
2.- Información Estado de Cuentas 
3.- Presentación de Candidaturas Junta Directiva.
4.- Elección nueva Junta Directiva
5.- Ruegos y preguntas

El presidente 
Juan Antonio Coronel Camacho


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jueves, 11 de mayo de 2017

- LA RELIGIÓN CATÓLICA Y EL ESTADO ESPAÑOL.

Al César lo que es del César...

Publicada 11/05/2017 en Infolibre.
Cuando se aproxima cada año la celebración de la pasión de Cristo aparecen artículos que animan al debate sobre el papel de la religión en las instituciones del Estado. La Semana Santa ha pasado pero se avecinan fiestas religiosas en las que este asunto sigue siendo de actualidad: el Corpus Christi, fiestas patronales en muchos pueblos y ciudades, santos patronos de cofradías, oficios, armas de los ejércitos, etc. En una buena parte de ellas podemos ver hombres y mujeres con uniformes “escoltando” a pasos procesionales o incluso portando imágenes religiosas. Militares, policías nacionales, policías locales, bomberos, etc. se ponen sus mejores galas para tales eventos. Vemos también a alcaldes y concejales acompañando a procesiones en esta semana o en las fiestas religiosas locales a lo largo de todo el año. Como colofón, el mismo Jefe del Estado, personalmente o mediante un delegado, realiza una ofrenda anual al apóstol Santiago, en comunión con las altas jerarquías de la Iglesia Católica.

Del mismo modo, seguimos contemplando las tomas de posesión de altos cargos  en las que la autoridad realiza el juramento (poniendo a Dios por testigo) o promesa de su cargo con su mano sobre un ejemplar de la Constitución acompañado por un crucifijo y una Biblia. Igual da que quien toma posesión jure o prometa su cargo, según sea creyente o no: los símbolos religiosos permanecen al lado de la Constitución, en un ánimo igualador de legitimidad y legalidad. Es más, no sólo muchas autoridades juran ante los símbolos religiosos sino que en algunos casos proclaman que, en sus decisiones, tendrán en cuenta a Dios. Curiosamente, no se ha oído todavía a un obispo o a un cardenal decir que tomará en consideración la Constitución o la ley en sus decisiones. Larga es la sombra del trasnochado Concordato con el Vaticano.

Con estas prácticas, omnipresentes en las ocasiones solemnes, se diría que algunos de los preceptos de la Constitución que nos hemos dado apenas ha calado en la ciudadanía. Parece que estuviéramos aún en aquél Estado confesional, el nacional-catolicismo que la dictadura franquista impuso. No sólo este tándem Iglesia-Estado sigue vigente en la práctica, sino que algunos magistrados imprimen en sus sentencias ese pensamiento nacional-católico que  tan pernicioso fue para las libertades fundamentales durante décadas. Una banda municipal interpreta el himno nacional en el inicio de una procesión, se oficia un funeral católico en homenaje a múltiples víctimas sin respeto alguno a sus creencias (o ausencia de ellas) o las de sus familias y se ordena que las banderas ondeen a media asta durante la Semana Santa. Es decir, se usa y abusa de los símbolos de todos de manera sectaria en contra del espíritu de la Constitución.

Como bien señala el experto en derecho militar Santiago Casajús en su blog La Toga Castrense, se diría que la gente va a las procesiones más a ver el espectáculo que ofrecen los piquetes militares, con la vistosidad de sus uniformes de gala, sus dotes en voltear los fusiles o en elevar, músculos y pechos a la vista, un crucifijo tumbado, que a admirar o venerar las imágenes religiosas o las cofradías. La Legión, una de las unidades de élite del ejército español, daña su seriedad y su prestigio ganados en las misiones internacionales al sacar a procesión sus componentes alardeando de técnicas juglares más propias de majorettes que de soldados profesionales.

Y qué decir de la obligada neutralidad política e ideológica que todos los militares deben observar de conformidad con la ley. Según explica Fidel Gómez Rosa (Ciudadanos Militares, Edit. Tirant lo Blanc, pag. 71), “los militares (…) no pueden seguir colaborando con actividades de proselitismo de una confesión religiosa, aunque lo hagan prestando su consentimiento”. Porque, no lo olvidemos, un militar en uniforme no se representa a él mismo, ni siquiera a su Unidad de pertenencia; está representando a todas las Fuerzas Armadas. El ejercicio de la libertad religiosa consiste en que él, como cualquier otro ciudadano, puede pertenecer a la confesión religiosa que desee y asistir a sus rituales y liturgias cuando esté franco de servicio, en su vida privada. De la misma forma que ese mismo militar, en el ejercicio de su libertad ideológica y de pensamiento, puede simpatizar con el partido político de su gusto, asistir a sus mítines y votarle. Si no concebimos que un militar porte su uniforme en una manifestación o en un mitin político, ¿por qué ha de hacerlo en un acto de una determinada confesión?

Es necesario recordar en cada momento –así lo hago con esta entrada- que España es un estado aconfesional, es decir, laico, y que la referencia constitucional a que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” (art. 16.3) es un mandato, no una opción. Que los poderes públicos hayan de tener en cuenta las creencias religiosas de los ciudadanos no debe traducirse en la inserción automática y permanente de símbolos religiosos en los actos solemnes de las autoridades o de las administraciones públicas. Siguiendo a la profesora Mª Magnolia Pardo, “El Estado, neutral en materia religiosa, pero también garante de los derechos fundamentales, está obligado a facilitar el disfrute de un derecho en condiciones de absoluta igualdad, pues de otro modo su neutralidad se tornaría obstáculo al disfrute de la libertad religiosa. Cuando de derechos fundamentales se trata, en primer lugar, no es cuestión de números ni de mayorías y, en segundo lugar, en materia de libertad religiosa, el Estado tiene un claro deber de neutralidad”. La tan manida “tradición castrense” está muy bien siempre que no colisione con el ejercicio de algún derecho fundamental como es, en este caso, el de la libertad religiosa.

Muchos de los países del entorno son también laicos, en diferentes modalidades que van desde la laicidad estricta (Francia) hasta la laicidad en sentido más amplio (Italia, Portugal) y la pluriconfesionalidad (Alemania y Bélgica) pero en ellos no vemos la imbricación religión-Estado que aquí tenemos. En la católica Irlanda el Estado ejerce un escrupulosa distinción entre las creencias religiosas, por muy mayoritarias que sean, y su papel en el Estado, prohibiéndose todo trato de favor a una religión respecto de las demás. Pero en España la influencia de la iglesia católica en las instituciones ha sido de tal calibre durante tanto tiempo (monarquías católicas, renacimiento integrista católico de Donoso Cortés y Menéndez Pelayo, nacional-catolicismo franquista) que aún hoy, con el constitucionalismo democrático desarrollado, continua persiguiendo una entidad que posea jerarquía de Derecho Público.

Por mucho que las estadísticas muestren una España cada vez menos religiosa, se diría que existe un movimiento de recristianización “desde arriba”, en términos de Gilles Kepel (La revanche de Dieu, Editions du Seuil, Paris) que combate el laicismo y pretende anclarse en el Estado usando como baluarte a organizaciones de base sociológica conservadora. La jerarquía católica española, entonando el “beatleliano” I get bywith a little help from my friends de amplios sectores del empresariado, de la magistratura y de las fuerzas armadas, consigue moverse como pez en un agua estancada en la que el oxígeno ha sido sustituido por el Prozac sociológico de los medios dominantes y los espectáculos de masas.

miércoles, 10 de mayo de 2017

- LA DERECHA ESPAÑOLA Y LA DICTADURA DE FRANCO.

El señor Francisco Franco, el pucherazo del 36 y la democracia acomplejada.

Nuestros políticos democráticos han tardado 41 años en decidir que Franco, el sátrapa genocida, no puede estar enterrado con los honores de un faraón y que las víctimas merecen salir de las cunetas
El Parlamento exigirá al Gobierno que saque del Valle de los Caídos los restos mortales del dictador. Igualmente decidirá que se establezca el 11 de noviembre como día de homenaje a las víctimas del franquismo y planteará, entre otras medidas, la necesidad de que la Administración colabore en la localización y exhumación de las fosas en que yacen más de 100.000 hombres y mujeres asesinados por la dictadura. Si fuéramos vírgenes e ingenuos y no tuviéramos memoria, hoy estaríamos celebrando por todo lo alto las decisiones debatidas este martes por el Congreso de los Diputados, para reactivar la Ley de Memoria Histórica, que a pesar de las diferencias que existen entre los grupos de izquierda todo apunta que se aprobarán este jueves.
Si lo fuéramos, no daríamos importancia a la fecha en que se ha producido este debate: mayo de 2017. Sí; nuestros políticos democráticos han tardado 41 años en decidir que Franco, el sátrapa genocida, no puede estar enterrado con los honores de un faraón; han tenido que pasar cuatro décadas para darse cuenta de que las víctimas merecen salir de las cunetas en que siguen enterradas como si fueran perros.
Si lo fuéramos, no analizaríamos el porqué de la negativa del Partido Popular a apoyar esta iniciativa. No nos preguntaríamos las razones por las que su portavoz en el debate parlamentario buscó mil y una excusas, hasta llegar a Stalin y a Venezuela, para oponerse a la propuesta. No nos rechinarían los dientes al escuchar a Alicia Sánchez Camacho eludir la palabra dictador y preferir referirse a él como "el señor Francisco Franco". No nos indignaría comprobar cómo la formación política que nos gobierna se niega a liberarse de sus vínculos con el franquismo. No nos avergonzaríamos de que, con su voto y su discurso, el partido con más apoyo popular en España reafirme su distancia con la derecha europea representada por Angela Merkel y se sitúe a un paso de las tesis revisionistas del Frente Nacional o de Alianza por Alemania. Apenas hay diferencias entre quienes cuestionan la existencia de las cámaras de gas y los que niegan el carácter totalitario y criminal del régimen franquista. El discurso del PP suena igual que el de historiadores condenados por su infame blanqueo del nazismo como David Irving.
Si lo fuéramos, no recordaríamos que este tipo de decisiones suelen quedarse en un llamativo titular y una bonita fotografía. Por poner solo un ejemplo de esos fuegos artificiales que tanto gustan a nuestros políticos: hace ya dos años que el Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad reconocer y homenajear a los 9.300 españoles y españolas que fueron deportados a campos de concentración nazis. 24 meses después no se ha cumplido este mandato; el Gobierno se ha declarado insumiso y la oposición no ha ejercido su papel de recordarle, diariamente, su repugnante incumplimiento.
Si lo fuéramos, preferiríamos olvidar que Felipe González tuvo 15 años para desmantelar los vestigios de la dictadura y no quiso hacerlo. Tres mayorías absolutas consecutivas en las que no se atrevió a sacar al dictador de su mausoleo ni a dar un entierro digno, entre otros, a sus compañeros socialistas que habían muerto por defender la democracia republicana frente al eje Franco-Hitler-Mussolini. El gran Felipe estaba en otras cosas, sin duda importantes, y no le pareció relevante que como país, realizáramos una revisión histórica rigurosa que habría acabado, de una vez por todas, con la historiografía franquista que aún contamina los libros de texto que estudian nuestros hijos.
Si lo fuéramos, ignoraríamos que Zapatero permitió a la parte más conservadora de su partido descafeinar su Ley de Memoria Histórica y olvidaríamos que tuvo siete años para llevar a cabo las iniciativas que ahora plantea desde la oposición. Si lo fuéramos, no nos vendría a la cabeza la casi lasciva satisfacción que emanaba Mariano Rajoy al explicar orgulloso que su Gobierno había asesinado y enterrado la Ley en otra cuneta, al dotarla de un presupuesto anual de cero euros.
Para nuestra suerte o nuestra desgracia no somos vírgenes, ingenuos ni desmemoriados. Vemos cada día el letal fruto de la cobardía y los complejos con que los políticos demócratas han abordado este tema durante los últimos cuarenta años. Esa es la razón por la que hoy vivimos un auge del revisionismo franquista. El negacionismo de nuestro Holocausto viaja a través de Internet, contamina ondas de radio y televisión y alcanza las portadas de los periódicos de papel. Basta con que unos supuestos historiadores se quiten momentáneamente sus camisas azules y escriban un libro repleto de falsedades y medias verdades para que el producto consiga calar en la sociedad.
Así ocurrió recientemente con 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular en el que Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa legitiman el golpe de Estado franquista demostrando un supuesto pucherazo electoral de la izquierda en las elecciones de febrero del 36. Sin cuestionarse mínimamente el sesgo que ya habían demostrado los autores en obras anteriores, ni contrastar sus conclusiones con otros historiadores de, estos sí, reconocido rigor y prestigio, numerosos medios dieron por buenas sus tesis y las reprodujeron como si de verdades absolutas se tratara. Dos meses después, tras analizar detalladamente la obra, el catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Barcelona José Luis Martín Ramos la ha desmontado punto por punto en Público. Lamentablemente, su estudio no llegará a las portadas y los espacios que, por mala fe o por pura ignorancia de los periodistas de turno, copó el sesgado relato de Villa y Tardío.
No será la última vez que ocurran cosas similares. La democracia acomplejada ha permitido que varias generaciones de españoles crecieran en la ignorancia, cuando no en la tergiversación franquista, de nuestra historia reciente. Nuestros políticos socialistas, centristas y comunistas han tolerado que uno de los lugares turísticos de la capital del Reino sea la tumba de un criminal que secuestró nuestras libertades durante 40 años. Nuestro régimen de libertades no ha querido evitar que se siga equiparando a víctimas y a verdugos.
El terreno está abonado, pues, para que el revisionismo franquista siga creciendo hasta el infinito y más allá. Lo hará si no arrancamos de cuajo sus raíces. Podríamos pensar que la iniciativa debatida este martes en el Congreso de los Diputados es un paso decisivo para realizar esa poda sanadora con unas tijeras de democracia, cultura y verdad. Podríamos pensarlo… si fuéramos vírgenes e ingenuos y no tuviéramos memoria.