Mariano Rajoy parece que tiene prisa para dar satisfacción a la Iglesia católica y al sector de la derecha más sensible a sus admoniciones.
Tal vez, las víctimas del franquismo tuvieron la oportunidad de explicar sus sufrimientos delante de un tribunal de justicia. Para que esto ocurriera, 37 años después de la muerte del dictador, ha sido necesario que se sentara en el banquillo de los acusados el único juez que osó investigar los crímenes del franquismo. Creo que es difícil encontrar una historia que explique mejor el pecado original de la democracia española. Sigue marcada por la herencia del régimen anterior.
Estos mismos días, los dos ministros del PP con fama de más abiertos, el conservador Alberto Ruiz-Gallardón y el liberal José Ignacio Wert, han asumido cargar con las reformas culturalmente más ideológicas del Gobierno. Gallardón nos retrotrae a los tiempos en que el aborto era delito y quita a la mujer la libertad de abortar, colocándola una vez más bajo la tutela paternal del Estado y de la familia; Wert anuncia la sustitución de la asignatura de Educación para la Ciudadanía por Educación Cívica y Constitucional, porque, coincidiendo con la caverna mediático-religiosa, ve en ella un carácter adoctrinador.
¿No es adoctrinador eliminar el noble concepto de ciudadanía que es el nombre que reconoce a las personas como actores políticos en las sociedades democráticas modernas? Si no somos ciudadanos, ¿qué somos? ¿Súbditos?
Son dos ejemplos del furor contrarreformista del Gobierno. Hay otros y habrá más: el propio Gallardón apuesta por el divorcio ante notario, poniendo en riesgo a la parte más vulnerable que acostumbran a ser las mujeres y los hijos, al restarles protección judicial. Y Ana Mato, la ministra de Sanidad, pretende que la píldora poscoital no se pueda dispensar sin receta, con lo cual, una vez más, se coloca la libertad sexual de las mujeres bajo sospecha.
Mariano Rajoy parece que tiene prisa para dar satisfacción a la Iglesia católica y al sector de la derecha más sensible a sus admoniciones. Y, por lo que se ve, los sectores liberales de la derecha no oponen resistencia alguna a estas regresiones. Es más, José Ignacio Wert las hace suyas, aun a costa de forzar los argumentos. A estas alturas de la historia, el PP parece considerar carril de circulación obligatoria una cierta idea tradicional de la familia y mantiene sobre la mujer el aura de pecadora que debe pagar por sus deslices. Me gustaría saber qué les contarán a sus hijos Alicia Sánchez Camacho o Dolores de Cospedal.
En tiempos en que desde la derecha se trona contra las ideologías, se las acusa de fomentar la división y de entorpecer los acuerdos básicos para que la sociedad funcione, y se dice que distinciones como derecha e izquierda son anacrónicas y carecen de sentido, el PP desde el primer momento pone la lucha ideológica en primer plano. Siempre ha sido así. Los Gobiernos de la derecha han sido muy ideológicos en este país. Los líderes del PP saben perfectamente que la hegemonía ideológica es la mejor garantía para ganar elecciones. Si se tiene la preeminencia en este campo, el poder acaba cayendo por sí solo. Al mismo tiempo, en el PP piensan que España es mucho más de derechas de lo que parece y están demostrando que el tópico alumbrado durante los años de la transición de que España era mayoritariamente de izquierdas era puro mito. O que si fue de izquierdas ya no lo es: primero, por el acomodamiento de las clases medias que se consolidaron precisamente en tiempos del felipismo; después, porque la crisis ha sembrado el miedo, y el miedo es conservador. Empezaron a dar la batalla con Aznar, siguen ahora y la están ganando. Mientras el PSOE se pierde en querellas internas por el poder en un partido maltrecho, el PP va a lo suyo roturando el país a su imagen y semejanza. Cuando el PSOE despierte ya será tarde.
Quizás así se entienda mejor la paradoja del principio. Mientras la derecha sea hegemónica, es imposible que la democracia afronte su pecado original. El PSOE no osó en su momento, por los miedos de la transición, y porque, contaminado por el discurso de la derecha, no quiso que se le pudiera señalar como revanchista. La derecha sigue poniendo tierra sobre el franquismo y sigue señalando con el dedo a cualquier intento de recuperar la memoria de las víctimas como motor de odios y de conflictos innecesarios. Y, sin embargo, una derecha realmente liberal podría afrontar este tema mejor que nadie. Si la hay, que lo dudo, no quiere o no puede, y así la democracia española seguirá atada a su pecado original.
JOSEP RAMONEDA. El País
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