Ángel Andrés Jiménez Bonillo, el árbitro de la paz, como le llaman en su Málaga natal, quiere desterrar los insultos de los partidos de fútbol.
Esta noticia, que saltó ayer a la palestra, podría parecer una anécdota de un árbitro "rarillo" que quiere cambiar el mundo él sólo, pero creo que tendrá repercusiones, aunque no mucha, en otros árbitros y en los dirigentes y aficionados al fútbol.
Yo, que he sido árbitro de balonmano durante 13 temporadas (3 de ellas en 2ª división nacional), nunca había escuchado tantos insultos como en los partidos de fútbol que veía en Bonares y en otras localidades, y al jugador o espectador que insultaba en un partido de balonmano era expulsado de las instalaciones, pero en fútbol eso es muy difícil por las dimensiones del terreno de juego y de las instalaciones y porque los espectadores que insultan, en la mayoría de los casos , se amparan en la multitud para no ser reconocido.
Hoy en día, es verdad, que se escuchan menos insultos en los campos de fútbol, sobre todo de fútbol base, aunque casi siempre hay en todos los pueblos algún energúmeno que se dedica por norma a meterse e insultar a los árbitros, aún cuando el partido no ha comenzado. Son personas que van al fútbol a desahogarse de los problemas de trabajo, familiares, etc. y lo pagan con los árbitros, aunque también es verdad que hay cada ejemplar de árbitro pitando en categorías superiores e inferiores que no merecen pitar ni en un partido de prebenjamines.
La responsabilidad de que los insultos no prosperen no dependen solamente de los árbitros sino también de los entrenadores, fuerzas de orden público y, sobre todo, de los directivos de los clubes que, a veces, escuchamos a gente insultar y no les llamamos la atención.
Sirva este artículo de reflexión para todos los aficionados y desterremos los insultos y las malas maneras en el deporte en general y en el fútbol en particular.
Esta noticia, que saltó ayer a la palestra, podría parecer una anécdota de un árbitro "rarillo" que quiere cambiar el mundo él sólo, pero creo que tendrá repercusiones, aunque no mucha, en otros árbitros y en los dirigentes y aficionados al fútbol.
Yo, que he sido árbitro de balonmano durante 13 temporadas (3 de ellas en 2ª división nacional), nunca había escuchado tantos insultos como en los partidos de fútbol que veía en Bonares y en otras localidades, y al jugador o espectador que insultaba en un partido de balonmano era expulsado de las instalaciones, pero en fútbol eso es muy difícil por las dimensiones del terreno de juego y de las instalaciones y porque los espectadores que insultan, en la mayoría de los casos , se amparan en la multitud para no ser reconocido.
Hoy en día, es verdad, que se escuchan menos insultos en los campos de fútbol, sobre todo de fútbol base, aunque casi siempre hay en todos los pueblos algún energúmeno que se dedica por norma a meterse e insultar a los árbitros, aún cuando el partido no ha comenzado. Son personas que van al fútbol a desahogarse de los problemas de trabajo, familiares, etc. y lo pagan con los árbitros, aunque también es verdad que hay cada ejemplar de árbitro pitando en categorías superiores e inferiores que no merecen pitar ni en un partido de prebenjamines.
La responsabilidad de que los insultos no prosperen no dependen solamente de los árbitros sino también de los entrenadores, fuerzas de orden público y, sobre todo, de los directivos de los clubes que, a veces, escuchamos a gente insultar y no les llamamos la atención.
Sirva este artículo de reflexión para todos los aficionados y desterremos los insultos y las malas maneras en el deporte en general y en el fútbol en particular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario