Vendimia.
Esta tarde, mientras paseaba hacia El Corchito, pasé por
Ya no vemos las hileras de burros y mulos que entraban al pueblo por todas las calles que daban al campo, y que eran muchas, pues no hay que olvidar que había lagares en casi todas las calles del pueblo, aunque más en las calles Daóiz, Velarde, Cañamales, Santa Justa, Niebla, camino del cementerio, camino del río, etc.
Esos vendimiadores que partían casi de madrugada a los campos a cortar los racimos cuando el sol empezaba a apuntar por el horizonte y evitar el rigor del calor pegajoso del veranillo de San Miguel o del membrillo, de aquellos porteadores con el cabresto de la bestia, que iba en cabeza, reatado en el hombro y andando cansinamente, ya que tenía que andar bastantes kilómetros al día por caminos y veredas arenados y con unos zahones pegajosos del mosto de la uva.
Cuando llegaban al lagar les esperaba el dueño y/o encargado del pesaje de la uva con la romana (se pesaba en arrobas de 11’5 kilos y en libras) que los chiquillos nunca llegamos a entender. Después de pesada la carga se echaba a la lagareta para pasar, al finalizar la tarde, a la molienda con la destrozadora manual y descansar toda la noche manando el oloroso y azucarado zumo de la uva, para que al día siguiente los lagareros formasen el pie alrededor del husillo de la prensa y lo atase con el cintero (cuerda gruesa) y le pusiesen encima los tablones y los tacos para al final, ayudado por una palanca de hierro o madera, apretase el pie de la uva machacada y sacarle todo el juego que caerá al pilón, para luego, con ayuda de la finforria (bomba manual) llevarla a los bocoyes.
Pero ya todo lo anterior es tiempo pasado que difícilmente volverá a repetirse por lo anticuado del sistema y por la escasez de plantaciones de viñas en nuestro pueblo. Ya no se huele a mosto, ya no se ven las reatas de bestias, ya no se ven los lagares abiertos, YA NO HAY VENDIMIA.
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