INTERÉS HUMANO.
Cristina García Casado 23 de febrero de 2024 @criscasado__
Todos recordaremos dónde
estábamos cuando comenzó a arder un edificio de 138 viviendas en Valencia.
Cuando los bomberos rescataron a una pareja atrapada durante dos horas en un
balcón rodeado de fuego; cuando se supo que una familia con dos hijos pequeños
había muerto refugiada en su baño. Algunos dicen que corremos a poner la
televisión o la radio y no nos despegamos por morbo. Yo nos tengo en mejor
consideración: creo que lo hacemos porque es lo único que podemos hacer. Creo
que es una manera de acompañarnos. De estar menos solos tras cada brutal
recordatorio de lo que olvidamos para poder vivir: que en un segundo todo
puede cambiar, dejar de ser.
Cuando una tragedia interrumpe la
rutina y nos pone frente a la fragilidad de la vida, entra en máximo
funcionamiento la empatía, lo que en la clasificación temática del periodismo
se llama “interés humano”. Nos mantenemos atentos a los directos que
repiten las mismas imágenes a la espera de conocer las historias, con la
esperanza de que la brutal tragedia encierre un cierto milagro: que la mayoría
de los casi 500 vecinos de un edificio de 14 plantas lograran escapar de un
fuego voraz y velocísimo.
Algunos
dicen que corremos a poner la televisión o la radio y no nos despegamos por
morbo. Yo No os tengo en mejor consideración: creo que lo hacemos porque es lo
único que podemos hacer. Creo que es una manera de acompañarnos
Los milagros suelen tener nombre.
En el incendio de Valencia uno se llama Julián, el portero del
edificio que pudo haber salido corriendo por su vida y no lo hizo. Fue
tocando puerta por puerta para advertir del fuego y ayudó, junto con otros
vecinos, a que pudieran escapar personas con dificultades de movilidad. Cuentan
también que hosteleros de la zona comenzaron a llamar a sus habituales, porque
sabían que vivían ahí. El fuego se vio antes desde fuera y algunos de los de
dentro pudieron salir a tiempo porque alguien les avisó. El milagro tuvo otro
nombre: comunidad.
Pasaron apenas diez minutos entre
que salieron del edificio y vieron cómo ardían sus casas. Diez minutos entre
lamentar haberse quedado sin nada y entre no tener la oportunidad de
lamentarlo. Las instituciones y la sociedad, como suele ocurrir en este país
solidario, se han volcado en acciones con un mensaje: no estáis solos. Estado
del bienestar es exactamente eso. Que después de ti mismo, de tu salud, de
tu familia, de tus amigos, de tu casa, de tu trabajo, de tu buena o mala
suerte, hay una red más amplia que no te dejará caer. Es incondicional y es
para todos.
Ojalá quienes se quejan de pagar impuestos, quienes los esquivan, pusieran
la televisión este jueves. Eso que vimos en directo son nuestros impuestos.
Y gente extraordinaria que, de todas las profesiones que hay, escoge unas en
las que cualquier tarde puede parecerse a ese horror. Un despliegue
impresionante y conmovedor de lo que conseguimos juntos con nuestra aportación:
unos servicios públicos que están listos, con su capacidad de reacción y su
excelencia, para esos momentos cuando todo estalla.
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