“Debemos estar atentos. Desde la iglesia sentimos esta polémica como un acoso más. Me produce tristeza” -Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao-
Muy bien, quitamos los crucifijos de las aulas de los colegios concertados. ¿Y qué hacemos con todo lo demás en esos mismos centros? Cuadros de la virgen, inscripciones en los muros, capillas, alzacuellos de algún profesor, y por supuesto el nombre del colegio. ¿Lo retiramos todo?
Ah, es que el colegio es católico. Hasta las cachas. Haber empezado por ahí. Entonces el problema es otro. No que tenga un ideario religioso, allá los padres con sus hijos. El problema es que sea concertado, que funcione con dinero público. Y ahí caben dos soluciones: terminar con los conciertos y que el que quiera una enseñanza bendecida se la pague; o quitar los adornos para que el colegio católico no parezca católico. Lo primero no lo va a hacer ningún gobierno. Lo segundo, tampoco. Descansen armas, monseñores.
Ya dijimos semanas atrás, a cuenta de la sentencia europea sobre Italia, que el asunto de los crucifijos haría ruido en España. Ya lo han visto: ha sido mencionar el tema, y ya aparecen mártires dispuestos a inmolarse en el madero. No sin mi crucifijo. Tras Educación para la Ciudadanía y el aborto, la iglesia católica encuentra un nuevo motivo de guerra, para mantener la movilización de los suyos y que no decaiga la moral de la tropa.
Porque lo del crucifijo es una batallita de nada. La guerra es otra: la anunciada ley de Libertad Religiosa, que tratará temas mucho más importantes que éste. Así que los contendientes van calentando para el choque, exhibiendo fuerzas, en un pulso preventivo. De paso, el gobierno suelta un hueso para ver cómo andan de dientes los obispos. Pero claro, royendo el crucifijo pueden pasar dos cosas: que se les desgaste la dentadura, o que afilen los colmillos. Cuidado.
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