El presente artículo de Eugenio Suárez Palomares sobre los símbolos religiosos católicos en las escuelas coincide plenamente con mi pensamiento y así lo he manifestado en cuantas ocasiones he tenido.
Símbolo de autocracia.
EUGENIO S. PALOMARES 11/11/2009
Recuerdo, y de esto hace casi 25 años, que en cierta ocasión un abogado de Sevilla antes de iniciar un juicio invitó al magistrado de la Sala a retirar el crucifijo que presidía la mesa. Aquel magistrado le dijo que no se preocupara; que la sentencia no la iba a dictar en nombre del crucifijo sino en nombre del Rey al tiempo que le invitaba a retirar de su propia mano el crucifijo. El juicio se celebró y aquel letrado dejó el Cristo en la sala. Eran tiempos que, aún conociendo que España y los poderes debían mantener una neutralidad religiosa y en los actos oficiales no debía estar ocupada esta simbología, no se cumplían estos preceptos constitucionales. Se empezaba a andar en el Estado democrático. Sin embargo, banderas, crucifijos y Franco, unas veces a caballo y otras como le viniera en gana, seguían ocupando y presidiendo de hecho el Estado de derecho. Ha pasado ya algún tiempo, y algunas cuestiones siguen igual. La de que el crucifijo presida los colegios sigue siendo una de ellas. Banderas inconstitucionales, galápagos y los caballos del caudillo han quedado archivados. Pues bien, en esto de los crucifijos, siempre que hemos pedido su retirada de los colegios se nos ha tachado de todo tipo de radicalismo cuando no de ofensas a la historia y al humanismo.
Ha sido ahora, con motivo de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo, cuando queda constancia de que la retirada de la simbología religiosa no es muestra de autoritarismo sino expresión del cumplimiento de la normativa europea. La religión no debe ser usada a favor de los intereses políticos de unos y otros. Es una forma, esta sentencia, que puede ayudar en este sentido y acabar con tanta polémica. Las aulas, el centro de las aulas no es lugar idóneo para colocar un crucifijo. Esta posición es equivalente a la fotografía del Rey en los despachos oficiales o a la de bandera que representa a todos los españoles. El crucifijo sólo representa a los católicos por mucha vocación de universalidad que tenga. No sólo representa a aquel mesías que extendió San Pablo, sino fundamentalmente a una religión como otros símbolos representan a otras religiones. En el fondo lo que representa es la pertenencia a un pueblo.
Y ya no es así. Ahora la patria es la empresa de todos. Pero antes era el país y no hace tanto era tu religión. La religión era el mismo sistema político de la patria. La obediencia a la religión era la obediencia al Estado. Ser cristiano y ser ciudadano era una y la misma indivisible cosa. Un protestante en tierra de católicos, o viceversa, era alguien con problemas. Con Franco, además, lo vivimos. Era Caudillo "por la gracia de Dios" con los vítores de obispos y cardenales. No es el humanismo lo que representa. Esta afirmación como aquellas en las que se sostienen que representa al pueblo español o que forma parte de nuestro patrimonio, son sólo recursos para continuar destacando e interviniendo de una forma activa en la vida política en cualquiera de sus ámbitos.
Realmente, y no es muy difícil de entender y basta para ello mirar la historia, el crucifijo cuando se quiere mantener en espacios que no son los suyos no es otra cosa que un símbolo que significa a una autoridad o ley (es como el rey y las banderas de los despachos) que pretende ser universal (y por lo tanto única) y que sólo es propia de los cristianos. El crucifijo en las aulas y en lugares no religiosos o de culto no es sino una muestra de autocracia, del gobierno de unos sobre otros y de una creencia sobre otras con el aparente o real apoyo de un determinado gobierno o de un determinado grupo político. Como en nuestro Estado de derecho no es así, bienvenida sea esta sentencia europea que deja los crucifijos en sus santos sitios.
Bienvenidas, también, las medidas del Gobierno andaluz que adopte en este sentido. Tiene las competencias para ello y no es un problema que deba solucionarse caso a caso como en aquel juicio o como en éste de Estrasburgo: por reclamaciones de padres que no aceptan que sus hijos tengan que ser educados dentro de una determinada simbología ni autocracia.
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