Las cunetas de la vergüenza.
Juan
José Torres Núñez.
En
la Guerra Civil española tenemos que denunciar la barbarie
en ambos bandos,
pero los republicanos no empezaron la guerra. Fueron los generales
traidores los que llenaron de fosas comunes las cunetas y los
cementerios de España. Pablo Neruda consideró responsables de las
lágrimas de España a los militares facciosos cuando dijo: “Malditos
los que un día / no miraron, malditos ciegos malditos, / los que no
adelantaron a la solemne patria / el pan sino las lágrimas…”.
Los
vencedores, sin embargo, entendieron el “glorioso
alzamiento nacional”
como el día en que un grupo de héroes, capitaneados por
Franco, nos
salvó de la revolución bolchevique
que se estaba gestando en España. Pero Franco dejó cautivo y
desarmado al Ejército rojo cuando se lanzó con una escuadra de
jefes y oficiales del Ejército contra unas hordas
fanatizadas y
llenas de rencor. Para él España estaba amenazada por los
principios rojo-comunistas. Para los vencedores Franco vino a
restituir la patria y a traer a los españoles paz, pan y justicia.
Manuel
Azaña, presidente de la República Española entre 1936 y 1939,
pidió paz,
piedad y perdón.
Sabía que la República no tenía medios para frenar el desembarco
de toneladas de material y miles de hombres en las costas de España:
un país democrático invadido por potencias extranjeras. Pero Franco
no perdonó porque no tenía ninguna piedad.
Cuando Azaña pidió reconciliación, los vencedores siguieron
matando como si la guerra no hubiera terminado. Franco y sus
criminales siguieron con los ideales de la cruzada
española.
Él estaba más interesado en las represalias que en la paz. Por eso
siguió con los fusilamientos masivos.
Cuando
la guerra terminó, el Papa Pío XII envió a Franco y al noble
pueblo español su apostólica bendición por haber alcanzado la paz.
En el telegrama decía que levantaba su corazón al Señor y
agradecía sinceramente con el generalísimo la deseada
victoria de la católica España,
haciendo votos por nuestro país para que emprendiera con nuevo rigor
sus antiguas y cristianas tradiciones. El Papa no habló de perdón
en ningún momento, ni tampoco de los muertos. Y Franco lo que
hizo fue emprender con nuevo rigor las represalias contra todos
aquellos que lucharon por salvar al Gobierno legítimo de la
República, que para él representaba a los enemigos de la religión,
de la patria y de la civilización cristiana. Franco contestó a su
Santidad dándole las gracias por el telegrama con motivo de la
victoria total. También le dio las gracias por los sentimientos de
cariño hacia el pueblo español y por su apostólica bendición,
pero tampoco habló de perdón, ni dijo nada sobre los fusilamientos
y los pelotones de ejecución.
Hoy,
cuando ya han pasado más de cuarenta años de la muerte de Franco,
miles
de esos represaliados
siguen aún en las cunetas de la vergüenza. El año 1978 el pueblo
español aprobó la Constitución. El artículo 10 habla de la
dignidad de la persona y de nuestros derechos fundamentales, que “se
interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de los
Derechos Humanos”. Sin embargo, como señaló Vicenç Navarro,
cuando el magistrado Baltasar Garzón se atrevió a exigir al Estado
que “encuentre a los desaparecidos durante la brutal represión de
los golpistas sublevados contra las fuerzas democráticas”,
entonces, tuvo que enfrentarse en el Tribunal Supremo a una querella
por prevaricación, por abrir una causa contra los crímenes
cometidos por el franquismo. Lo que le ocurrió a Garzón, hoy ex
juez de la Audiencia Nacional, es bien conocido por todos. Como ha
apuntado Vicenç Navarro, la situación actual “cubre de vergüenza
a toda España”, porque su enjuiciamiento fue “un insulto a todos
los demócratas”. La sentencia tuvo una repercusión mundial. The
Guardian
comentó que la Justicia
politizada de España
“es profesionalmente incompetente”.
Natalia
Junquera informó en 2010 de que “España guarda aún
2.052 fosas del franquismo y quedan 1.821 por abrir”.
María Garzón y Jaime Ruiz advierten en Actúa
por los derechos de las víctimas de
que “es urgente atender las exigencias, reconociendo su condición
y sus derechos […], implementando identificaciones [para que se
investiguen] las 2.350 fosas aún existentes”. También nos
recuerdan que nuestro Gobierno no reconoce “el estatus de víctimas
a quienes sufrieran los crímenes atroces de la dictadura de Franco”.
Este Gobierno no puede hablar de Derechos Humanos y al mismo tiempo
negar el derecho a los familiares de las víctimas a enterrar
dignamente a sus seres queridos. El Partido Popular ha derogado de
facto la Ley de la Memoria Histórica al no financiarla. Esto se
entiende porque como ha manifestado Vicenç Navarro, “El PP nunca
ha condenado explícitamente y por su nombre la dictadura totalitaria
y su terror” (véase “La dictadura terrorista y totalitaria”).
Vemos que el PP no se comporta como “las derechas civilizadas
europeas [que] sí condenan los fascismos que subyugaron a sus
países”, como afirma Teodulfo Lagunero en Enterrar
a los asesinados por los fascistas.
Con
la Ley de la Memoria Histórica (Ley 52/2007 de 26 de Diciembre), el
Gobierno de Zapatero sentó las bases para que se reconocieran los
derechos de todos los que “padecieron persecución o violencia”
en nuestra Guerra Civil y en la dictadura franquista. Esta ley está
impregnada de un espíritu de reconciliación y concordia. El Informe
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa –firmado en
París el 17 de marzo de 2006- también denuncia “las graves
violaciones de Derechos Humanos cometidos
en España entre los años 1939 y 1975”, el año que murió Franco.
El artículo 3 pide “la rehabilitación moral de quienes sufrieron
tan injustas sanciones y condenas”. Los artículos 11 a 14
establecen medidas para “la legítima demanda de no pocos
ciudadanos, que ignorando el paradero de sus familiares”, desean
solicitar “las tareas de localización y en su lugar,
identificación de los desaparecidos, como una última prueba de
respeto hacia ellos”. Por desgracia, este Gobierno no ha
implementado esta ley; tampoco lo han hecho los anteriores. El
Partido Socialista perdió una gran oportunidad para actuar:
tuvo mucho miedo y poco coraje. No entendió que la LMH se tenía que
implementar para cerrar las heridas todavía abiertas en España. El
artículo 2 dice claramente que las víctimas tienen el derecho “a
la reparación moral” y a su “memoria personal y familiar”.
Quien
parece que tampoco ha entendido la LMH es la Iglesia católica.
Siempre ha estado dispuesta para abrir las fosas de sus mártires y
para anunciar beatificaciones masivas, pero no ha querido hablar de
los represaliados para no abrir heridas, olvidando que nunca van a
cicatrizar si tantos miles siguen ignorados. Sabemos que la Iglesia
es responsable de muchas de las atrocidades cometidas en nuestra
guerra. Siguió las recomendaciones de la carta episcopal de apoyo al
golpe militar y a Franco, redactada por el cardenal Isidro Gomá en
1937 (véase La
Asociación de Memoria reclama que la Iglesia perdone y pida perdón,
de Juan G. Bedoya). Hoy es mejor que la Iglesia diga en voz alta las
palabras del obispo auxiliar de Toledo, Carmelo Morobia, cuando al
ver una fosa en el pueblo toledano de Camuñas, pidió “que esto
nos sirva para no repetir nunca las barbaridades que hicimos en la
guerra”. También sabemos que “algunos curas confeccionaron
listas de rojos
para entregarlas a los asesinos” (véase La
Iglesia también abre las fosas a sus muertos, de Natalia
Junquera). Como ha expresado Julián Casanova en La
Iglesia de Franco,
la Iglesia siempre estuvo al servicio del dictador. Sin embargo, la
Iglesia nunca se ha olvidado de “apropiarse de bienes sin aportar
título alguno”. Por esta razón, Antonio Manuel Rodríguez Ramos,
en El
paraíso fiscal de la Iglesia, exige “que devuelva lo público
y pague por lo que demuestre ser suyo”. Parece que estos
privilegios no pueden seguir mucho tiempo. Una revisión de las
relaciones entre Iglesia y Estado no puede esperar más.
Quien sí tuvo coraje a sus 88 años fue Ascensión Mendieta cuando se marchó a Argentina para buscar la justicia que España le denegaba. Hoy a sus 91 años ha podido, por fin, enterrar a su padre, Timoteo Mendieta, asesinado por los criminales franquistas y arrojado a una fosa común del cementerio de Guadalajara. Hay muchas más personas con coraje y organizaciones y plataformas como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la Asociación Pro Derechos Humanos de España, la Plataforma Actúa, la Plataforma por la Comisión de la Verdad, entre muchas otras, que merecen nuestro encomio y admiración por su lucha constante para que se reconozcan los derechos de las víctimas, que exige el Derecho Internacional: Verdad, Justicia, Reparación y Garantías para que el horror no se repita. Nosotros también tenemos que actuar.
Quien sí tuvo coraje a sus 88 años fue Ascensión Mendieta cuando se marchó a Argentina para buscar la justicia que España le denegaba. Hoy a sus 91 años ha podido, por fin, enterrar a su padre, Timoteo Mendieta, asesinado por los criminales franquistas y arrojado a una fosa común del cementerio de Guadalajara. Hay muchas más personas con coraje y organizaciones y plataformas como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, la Asociación Pro Derechos Humanos de España, la Plataforma Actúa, la Plataforma por la Comisión de la Verdad, entre muchas otras, que merecen nuestro encomio y admiración por su lucha constante para que se reconozcan los derechos de las víctimas, que exige el Derecho Internacional: Verdad, Justicia, Reparación y Garantías para que el horror no se repita. Nosotros también tenemos que actuar.
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