La gravedad de este escrache reside en la personalidad de quienes lo llevaron a cabo.
Las formas son importantes. En la
vida y en la política. Cuando se violentan, la democracia se
resquebraja.
En los últimos días hemos asistido a
una escalada verbal vergonzosa, así como a acosos intolerables a diversos cargos
públicos.
Dirigentes del PP fueron abucheados y
acusados de traidores en la concentración que algunas asociaciones de víctimas
del terrorismo convocaron el domingo en Madrid. Arenas, González Pons, Floriano,
los tres vicesecretarios del PP, padecieron la presión de los más
exaltados.
El día anterior, Susana Díaz, presidenta
de la Junta de Andalucía, sufría el acoso de un grupo de malagueños a la puerta
de su hotel.
A los españoles nos costó casi medio
siglo recuperar los derechos ciudadanos: la libertad de expresión y de
manifestación entre ellos. Y hay que seguir conservándolos y ejercitándolos. El
espacio público (la calle, la plaza...) debe ser utilizado como el territorio
adecuado para expresar nuestro apoyo o repulsa contra quienes nos gobiernan. Es
el principio básico de la democracia: que el pueblo se exprese con absoluta
libertad. Eso sí, guardando las formas.
Unas formas que saltaron por los aires
cuando los acosadores malagueños de la presidenta Díaz golpearon su coche y
pronunciaron insultos intolerables. Las cámaras de televisión no mienten: se ve
cómo aporrean los cristales del coche y se escuchan con claridad algunos
insultos, como “golfa, cobarde y sinvergüenza”.
La gravedad de este escrache reside en la
personalidad de quienes lo llevaron a cabo. No eran yayoflautas estafados con
las preferentes, ni parejas desesperadas por haber sido desahuciadas después de
perder su trabajo. No. Eran representantes democráticamente elegidos por el
pueblo, vicepresidentes de la Diputación de Málaga, diputados, alcaldes y
concejales de la provincia. Todos ellos del PP.
Su objetivo era entregar una carta a la
presidenta Díaz en la que le reclaman el pago de la deuda de 16,7 millones que
tiene la Junta con sus municipios. Una petición razonable, en unos tiempos
difíciles para las arcas municipales. Pero eligieron unas formas rechazables: el
uso de la violencia, aunque sea de baja intensidad. Pero violencia al fin y al
cabo.
Con ser grave este hecho, más lo es la
tozudez de los dirigentes del PP que cerraron filas en torno a los alcaldes
escrachadores. ¡Y negaron el acoso de sus correligionarios! Como si no
hubiéramos visto las imágenes repetidas mil veces por televisión.
El secretario general José Luis Sanz
marcó la línea a seguir al afirmar que la presidenta Díaz se ha montado “una
película”. Todos los demás, incluido el habitualmente moderado alcalde de la
capital malagueña, Francisco de la Torre, justificaron la acción de sus
alcaldes.
El presidente regional del PP, Juan
Ignacio Zoido, permanecía mudo varios días después del incidente. Cuando ya el
ministro del Interior, Jorge Fernández, declaró que estaba “radicalmente en
contra” de cualquier acto de intimidación contra los cargos públicos, apareció
el líder provincial del PP, Elías Bendodo, diciendo con la boca chica que actos
como ese “no deben volver a repetirse”. Pero justificando que sus compañeros de
filas reclamaran la deuda con golpes e insultos. ¡Qué lejos quedaba aquel
calificativo de “puro nazismo” que lanzó la secretaria general del PP contra los
preferentistas y desahuciados que escracharon a la vicepresidente Sáenz de
Santamaría, de manera absolutamente pacífica! ¿O no lo recuerdan?
Las formas en política están saltando por
los aires. Que un cargo público llame golfa a la presidenta de una comunidad
autónoma es, además de una grosería, un hecho gravísimo. Que tiene una
repercusión inmediata: la ciudadanía huye asqueada del nivel barriobajero de
buena parte de nuestra clase política. Una política golfa.
@JRomanOrozco
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