domingo, 13 de enero de 2013

- LA SOMBRA DE CASAS VIEJAS.

Una España negra en un mundo de esperanza. En estos días, acaban de cumplirse ochenta años de la matanza de Casas Viejas, cuando el terrorismo de Estado tomó carta de naturaleza en una diminuta aldea andaluza entre los días 10 y 12 de 1933: cuerpos en llamas e ideas ejecutadas, en un tiempo de sueños y pesadillas. Ocho décadas más tarde, este país parece volver a las tinieblas pero sin horizontes claros ni una hoja de ruta con que alcanzar la utopía.

Todo empezó, entonces, por una huelga general que había sido parcialmente desconvocada en un momento en que las noticias no circulaban rápidamente. La historia nos habla de un puñado de anarquistas que probablemente no llegaran a enterarse de que la movilización general convocada en todo el Estado había quedado en suspenso y tomaron, por su cuenta y riesgo, el cuartel de la Guardia Civil matando a dos números con nombres y apellidos. Sin embargo, lo peor vino luego, cuando una compañía de guardias de asalto al mando del capitán Manuel Rojas, que tres años después se vería envuelto en el asesinato de Federico García Lorca, entró a saco en las chozas campesinas bajo una supuesta consigna de la que no hay mayor constancia oficial que la de los hechos: “Ni presos ni heridos, tiros a la barriga”.

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