El otro día el Ateneo de Madrid le concedió el premio Nicolás Salmerón de derechos humanos al Gran Wyoming. Manda huevos, dijo Trillo. Que se jodan, replicó Andrea Fabra. O sea que por fin nos enteramos de que los derechos humanos también se defienden con la risa, o quizá solo se defiendan con la risa, y a mí me da la impresión de que con este premio nuestra especie bípeda ha superado definitivamente el pleistoceno.
Desde hace muchos siglos, este veterano cronista ha ido constatando que las gentes que dicen tomarse los derechos humanos en serio, se los toman a risa. Y viceversa. Los grandilocuentes, los discurseadores, los boquipláticos, los tertuliadictos, siempre nos están intentando convencer de que esto es verdad o mentira, de que este dato es fiable o contrafiable, de que Díaz Ferrán es un chorizo o un jamón pata ibérica. La risa, sin embargo, no intenta convencer a nadie. La risa abre la boca como un túnel para que entremos en el reino de la libertad de pensar. Wyoming no se ríe para convencernos o para vencernos. Wyoming se ríe. Y, después, allá nosotros.
Nicolás Salmerón, el que da nombre al premio, para quienes no lo sepan, era un señor bastante calvo que renunció a la presidencia en la I República porque tenía problemas de conciencia para firmar condenas de muerte. La gente del XIX era muy quisquillosita.
Ahora el premio que le han dado al Wyoming, a su programa, a su gente, se lo dan a un quisquillosito que no tiene problemas de conciencia para firmar condenas de risa. En general, a los hijosdeputa les encanta que los maten, porque se convierten en héroes de lo suyo e imperecederos. Pero jamás soportarán que te rías de ellos. Yo no sé si la risa será un arma cargada de futuro. Pero, en el presente, tiene todas las de incordiar.
Lo primero que siempre persiguen las dictaduras de derechas, de izquierdas o de centro es el humor. En este país, en pleno siglo XXI, se han censurado ejemplares de El Jueves porque en su portada aparecían dos jóvenes como follando. La censura democrática, tan librepensadora ella, entendió que esas caricaturas guardaban difusos parecidos con una tal Letizia y un tal Felipe, y tomó los quioscos al asalto y al grito de se sienten coño.
Yo, siendo feo, muchas veces veo en periódicos y revistas caricaturas que se me parecen. Pero nunca se me ha ocurrido mandar al ejército a secuestrarlas. Debe ser que me levanto tarde. Y que, además, tengo la risa.
Yo creo que esa gente tan torpe que persigue la risa como delito se ha quedado en fase preanal, infantil, fetal y fétida. Ningún bebé se ríe antes de haber llorado. Es decir. La risa va con la evolución. Con el desarrollo. El llanto, la queja y la tristeza son un instinto. La risa es inteligencia. Viene después. Viene aprendiendo. Viene enseñando.
Cuando Wyoming dice eso de que ya conocemos las noticias, y que ahora nos va a contar la verdad, pone en ridículo a los enumeradores de datos, a los patinadores de pasillos congresuales, a los periodistas con fuentes. Un periodista que necesita muchas fuentes es un panoli que nunca se ha acercado al río. A donde está el agua verdadera. A la calle. A los callejones de gatos muertos. A las camas en las que se acuestan gentes con zapatos.
Siempre que le dan un premio a periodistas a los que considero merecedores de ese honor, pido en mis artículos que inmediatamente se lo quiten. Y aquí lo hago constar. Que les quiten el premio. El mejor homenaje que le podría haber hecho ese jurado a la gente de El Intermedio, es que los académicos se hubieran muerto de risa cuando algún piernas los hubiera postulado. “¿Un premio al Pequeño Wyoming? Jajajá”.
Aníbal Malvar.
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