Hacienda somos todos es un eslogan que se ha quedado desfasado, lo que se lleva de un tiempo a esta parte, digamos desde el Pleistoceno, es: Hacienda somos tontos. Los tontos que pagamos y a quienes se nos queda cara de lo mismo.
A los tontos es fácil descubrirnos porque, llegada cierta edad, nos marcan como a ganado, nos fichan de frente y de perfil, nos estampan las huellas digitales primero y encima esa jeta de susto que nos acompañará toda la vida, aunque periódicamente renovada, que la policía no es tonta. El DNI es el ADN de los españoles, un documento preventivo para anticipar el crimen donde viene a decir, brevemente, que cada ciudadano es un malhechor en potencia y que mejor no andarse con historias, que sabemos quién eres y dónde vives. Lo explicaba muy bien Tom Clancy en una novela donde un espía estadounidense quería hacerse un pasaporte español, el hombre se ponía a sonreír al pajarito y el superior le decía muy serio: “No sonría, coño. Un español no sonríe nunca en los documentos oficiales”.
Más o menos la afirmación tiene la fuerza de una ley nacional, porque raro es el paisano que no aparece en el DNI con esa expresión de pésame o infarto con la que solemos cargar aunque la foto sea de un mes atrás, que por algo el carné se imprime en una comisaría. Sin embargo, hay algunos que se libran, no ya de la mueca patética sino del papelito mismo, gente invisible que va por la manga ancha de la vida sin pagar impuestos y que no aparece ni por asomo en la larga, innumerable lista de los tontos.
Por eso mismo, Montoro, que es un lince, se ha percatado de que las cuentas no cuadran y ha decidido montar una lista de listos, valga la redundancia, una lista donde no se le escape ni uno, no como la de antes, que era un coladero total, una red para pescar idiotas. Dice Montoro que ya está bien de fraude, que no entiende tanto sigilo y cautela hacia quienes no cumplen sus obligaciones fiscales. Yo creía que quienes no lo entendíamos éramos nosotros, los tontos. Debe de ser el roce con Hacienda, que hace el cariño.
Mucho ojo, que Montoro, apenas tenga un momento libre, va a ponerse a la tarea, va a pasar lista de listos y quien no tenga hechos los deberes, se va a enterar: a hacer compañía a Díaz Ferrán, que se creyó que vendía una moto cuando vendía una agencia de viajes (esto ya no se sabe si es cosa de tontos o de listos). La lista de tontos puede incrementarse mucho pero todo depende de lo listo que ande Montoro, que puede acabar como el inspector Closeau, persiguiéndose a sí mismo. Pero, por mucho que se haga el tonto, Montoro sigue siendo un listo con tres pisos en Madrid y la dieta por alojamiento intacta. Yo creo que al final tontos, lo que se dice tontos, nos vamos a quedar los mismos.
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