Profundamente indignados ¿controladores?
4 Diciembre 2010 por rosa maría artal
Había, había, la indignación de los humanos tiene curiosos mecanismos. Veréis… durante un reportaje rodamos en una cárcel de Girona –cuando no había tantos medios de información teníamos acceso a todas las fuentes-. Como era habitual, un recluso se erigió en nuestro protector. Era un hombre adorable que nos facilitó mucho la tarea entre sus compañeros. Terminado el trabajo, tomamos un café enfrente con el director de la prisión y me contó su historia:
La mujer de este hombre se lio con otro señor. Terminó llevándolo al domicilio conyugal. Cuando los amantes decidían, echaban al marido a la calle y todos los vecinos lo veían aguardar a que la pareja concluyera su refocile sexual. El suplicaba desde abajo y no le dejaban entrar en su casa. Alguna vez, se asomaron a la ventana para mofarse de él. Pero, ay, un día le abrieron una carta dirigida a él… y los mató a los dos.
Nunca he olvidado el caso. En España se resume en que una gota colmó el vaso, los judíos -creo- dicen: nunca sabrás que paja rompe la espalda del camello. Me gusta más esta versión, es menos mecánica. Los seres vivos aguantan y aguantan hasta que dejan de hacerlo. Y la paja que derrota, que satura, es profundamente subjetiva.
De repente, la ciudadanía española salta en intensa irritación. ¿Se han hartado del goteo de parados? ¿De cobrar, quien trabaja, con Grecia y Portugal, los sueldos más bajos de la UE anterior a la ampliación al Este? ¿De nuestro miserable gasto social? ¿De tener las tarifas de telefonía y las comisiones bancarias más caras de Europa? ¿De la dictadura de los mercados? ¿De la sumisión del gobierno a los mercados y al todopoderoso imperio para lo que guste mandar? ¿De los dos millones de niños rematadamente pobres que viven en nuestro suelo y cuyas carencias familiares les llevan a la desnutrición?
¡No! es que los controladores aéreos han hecho una huelga sin avisar –que eso si está muy feo- y unas 350.000 personas se han quedado sin poder coger un avión. Con seguridad habrá entre ellos quienes precisen hacerlo con urgencia por motivos serios, pero ¡ay! es que estamos en puente y tenemos vacaciones, igual no podemos esquiar. La paja que ha roto la espalda española de la paciencia me produce náuseas. Egoísta, mezquina, inmensamente desorientada. ¿Reaccionarán igual cuando “Bruselas” nos “rescate” y nos deje a pan y agua?
A los controladores, dicen, también se les rompió el espinazo con un decretillo de esos que salieron ayer para fastidiarnos un poco más la vida a todos. Y resulta que además son unos privilegiados, que cobran muchísimo. Igual son los que más pasta se llevan de todo el Estado ¿verdad?
No, no, que esto no se puede aguantar. ¿Qué dirán los mercados? ¿Se intranquilizarán y nos mandarán directos al rescate? Como dicen por ahí, igual así entienden que hay muchos españoles con posibles para coger un avión y no todos viajamos en burro.
La reacción ha sido ejemplar y ejemplarizante, no faltaba más. Periodistas indignados echan broncas a los perturbadores del sistema –los controladores, sí- como no lo han hecho jamás -¡dios mío! ¿y su amada objetividad?-. Y el gobierno se calza un par de esos para militarizar el espacio aéreo -¡Jesús, qué susto!- y para decretar un “estado de alerta” que deja en suspenso derechos ciudadanos y por primera vez en democracia. Vaya, vaya.
Tengo muchas más preguntas:
Recién privatizada parte de AENA, cuándo controladores, pilotos, o cargadores de maletas hagan huelga ¿se sentarán en el consejo de ministros los presidentes de las empresas dueñas de nuestro espacio aéreo para adoptar medidas?
¿Por qué no decretaron el estado de alarma para Díaz Ferrán cuando dejó en tierra a miles de pasajeros en las entrañables navidades?
¿Detendrán a los volcanes cuando escupan lava y paralicen el sector aéreo?
Había algo que sí iba a movilizar a la ciudadanía española, al gobierno y a muchos periodistas, lo había. Sorpresas que da la vida. Existen mecanismos democráticos para las huelgas que los controladores no han cumplido, sin duda, pero a mí no me conmueve apenas la indignación social por este hecho. Me da pena en realidad. Por comparación. Así que, para que no se quiebre mi espalda, me voy a dejar llevar.
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