El nuevo obispo de San Sebatián, José Ignacio Munilla, ha salido al paso de la cascada de críticas que han provocado sus palabras en la Cadena Ser sobre el terremoto de Haití cuando, en un rapto de espiritualidad, afirmó: "Lamentamos muchísimo lo de Haití pero igual deberíamos, además poner toda nuestra solidaridad y recursos económicos con esos pobres, llorar por nosotros y por nuestra pobre situación espiritual. Quizá es un mal más grande el que nosotros estamos padeciendo que el que esos inocentes están sufriendo".
A través de un comunicado, Munilla cree que el titular difundido por muchos medios ("Existen males mayores que la tragedia de Haití") es "distorsionador de la realidad e injusto".
"El citado titular está extraído con "forceps" de una pregunta "teológica" que se me hizo, referente a cómo creer en la existencia de Dios ante el sufrimiento de tantos inocentes... Yo expliqué que el mal que sufren esos inocentes no tiene la última palabra, porque Dios les ha prometido la felicidad eterna", prosigue.
Estas declaraciones de Munilla no es sino la opinión de una parte mayoritaria de la jerarquía eclesiástica pero no de toda la jerarquía. Munilla, que ya ha sido rechazado por parte de sus curas, representa a una iglesia retrógrada, anquilosada en el pasado teológico y que hace más bien poco por sus fieles y por ayudarles en sus desgracias, que son muchas. Cualquiera que haya escuchado o leído estas declaraciones y tenga dos dedos de frente pensará que ese obispo no está bien o que no tiene una pizca de sensibilidad ante las desgracias ajenas. Que sigan así los jerarcas de la iglesia católica y cada vez tendrán menos fieles.
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