domingo, 3 de marzo de 2024

- ¡HAY UN TERRORISTA SUELTO! (Y EN CUATRO AÑOS NADIE SE ENTERÓ).

 ¡Hay un terrorista suelto! (y en cuatro años nadie se enteró).

Ignacio Escolar

2 de marzo de 2024 08:35h

Supongamos, como hipótesis, que el juez Manuel García Castellón tiene razón; que también están en lo cierto los fiscales y magistrados del Supremo que respaldan su investigación. Supongamos que el expresident Carles Puigdemont fuera el “líder absoluto” de un grupo terrorista, el máximo responsable de una organización violenta y criminal; alguien dispuesto a matar y secuestrar, alguien que cuenta con una banda organizada capaz de llevar estos objetivos tan siniestros hasta el final.

De ser así, de ser esto verdad, ¿cuál sería el grado de incompetencia de estos eminentes juristas? ¿Qué explicaciones tendrían que dar por el enorme retraso que acumula esta investigación?

Porque aceptar que Puigdemont es un presunto terrorista implica algo más. Los supuestos delitos por los que esta semana se le acaba de imputar no ocurrieron ayer: son de septiembre de 2019, de hace más de cuatro años. Y si aceptamos pulpo como animal de compañía –o Puigdemont como líder terrorista, que es un disparate similar– también habría que pedir responsabilidades al juez instructor, por su negligente retraso en actuar.

Si Puigdemont es el presunto líder de una organización criminal, y es tan obvia esta conclusión como ahora dicen, ¿por qué permitieron cuatro años de impunidad? ¿Por qué ni el Supremo ni la Audiencia Nacional avisaron antes a las autoridades de otros países de que había un terrorista suelto, campando por el Parlamento Europeo? ¿Por qué no se incluyó este gravísimo delito –peor que la sedición– en las distintas euroórdenes donde se instaba a su detención? ¿Por qué no se hizo nada contra el “terrorismo” de Puigdemont hasta –casualmente– esa epifanía a la que llegó el juez Manuel García Castellón, justo cuando la ley de amnistía se empezó a negociar?

Parece muy extraño. Porque lo es. Y no solo por este retraso de cuatro años largos en desenmascarar al presunto terrorista Puigdemont.

Se ha resaltado en distintos medios que el auto del Tribunal Supremo donde se imputa por terrorismo al expresident catalán ha sido una decisión “por unanimidad”. Se da a entender así que es un asunto indubitable: que no hay siquiera discusión.

Es un dato engañoso, que conviene explicar. La decisión no se llevó al pleno de la Sala de lo Penal. Los jueces que firman este auto son cinco: Manuel Marchena, Julián Sánchez Melgar, Juan Ramón Berdugo, Carmen Lamela y Eduardo de Porres.

Todos ellos tienen algo en común: son del sector conservador.

Todos ellos, sin excepción, fueron ascendidos al Supremo a propuesta de los vocales en el CGPJ elegidos por el PP.

No hay un solo progresista entre los cinco. Ni uno.

Carmen Lamela es la jueza que también vio terrorismo en la agresión a varios guardias civiles en un bar en Alsasua: algo que la sentencia después descartó. También es la jueza que encerró durante dos años a un inocente: al expresidente del Barça Sandro Rosell. Poco después de esa polémica decisión, en 2018, fue ascendida al Supremo por el sector conservador.

Juan Ramón Berdugo es miembro de la APM –la asociación conservadora– y llegó al Supremo en 2004, ascendido por el CGPJ conservador de la mayoría absoluta de Aznar. Es uno de los jueces que condenó al cantante César Strawberry por varios tuits –una sentencia que fue después anulada por el Tribunal Constitucional–. También firmó la sentencia del ‘procés’.

Julián Sánchez Melgar es también conservador. Y de la plena confianza del PP: en 2017, el Gobierno de Mariano Rajoy le nombró fiscal general del Estado. Su carrera tiene un punto de inflexión en Ávila, donde fue presidente de la Audiencia Provincial; allí conoció al entonces alcalde de la ciudad, Ángel Acebes, que más tarde se convertiría en ministro de Justicia con Aznar. Fue Acebes quien después le apoyó para el Tribunal Supremo, al que llegó en diciembre de 1999. Entre otras polémicas, es el principal ideólogo de la ‘doctrina Parot’, para alargar artificialmente las condenas de terrorismo, y que después fue declarada ilegal por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Eduardo de Porres es el último de todos ellos en llegar. Fue ascendido al Supremo en 2018 por el CGPJ conservador que salió de la mayoría absoluta en 2011 del PP de Mariano Rajoy. Fue el ponente de la sentencia de los ERE –y de la polémica condena a Cháves y Griñán que se aprobó por la mínima: con dos votos en contra frente a tres a favor. En este juicio, el PP estaba presente como acusación popular. Y sobre la imagen de imparcialidad de Porres había una sombra: tras la sentencia se conoció que tanto la mujer como el hijo de este juez militan en el PP. Algo que, según De Porres, no le condicionó.

En cuanto a Manuel Marchena, he escrito ya mucho sobre él. Llegó al Tribunal Supremo en 2007 –cuando el sistema de elección obligaba a acuerdos entre los distintos bloques del CGPJ, en un pacto donde también entró Luciano Varela por el sector progresista–. En 2014, el CGPJ de la mayoría de Rajoy le nombró presidente de la Sala de lo Penal. Más tarde, en 2018, fue candidato a presidente del CGPJ, en la renovación que estuvo a punto de firmar Pablo Casado; renunció después de que un senador del PP, Ignacio Cosidó, presumiera de que su liderazgo ayudaría al partido a “controlar la Sala Segunda desde detrás”.

Cinco jueces del Supremo, elegidos entre todos los que hay en la Sala de lo Penal por las normas de reparto. Que no haya entre todos ellos ni un solo juez progresista no es casual: es la consecuencia de que el PP haya controlado 22 de los últimos 27 años del Consejo General del Poder Judicial, gracias a los distintos bloqueos a la renovación cada vez que la derecha pierde las elecciones. Por eso solo hay cuatro jueces progresistas de los quince que hoy forman la Sala de lo Penal del Supremo. Es casi imposible que los jueces promocionados por la derecha no tengan la mayoría en este tribunal.

Pero dejemos a los jueces y vayamos a lo que acaban de decidir. Que hay mucho que contar.

El Tribunal Supremo, en el auto donde se imputa por terrorismo a Puigdemont, ha decidido ignorar uno de los asuntos más polémicos de la instrucción de García Castellón. Seguro que lo recuerdas: ese turista francés que murió de un infarto y que este juez de la Audiencia Nacional presentaba como una presunta víctima del terrorismo. El Supremo, en su auto, ni siquiera menciona esta cuestión. Los cinco magistrados han hecho como si esa acusación, tan ridícula, nunca se hubiera puesto sobre la mesa.

Si no hay víctima del terrorismo –ni se menciona siquiera– ¿cuál es la violencia terrorista que justifica una acusación así?

El Supremo va por otras vías. Por un lado, la de la ‘kale borroka’, el “terrorismo de baja intensidad”, donde cita distintas sentencias de los años en los que ETA mataba.

Hay solo un problema. Uno no menor: la ‘kale borroka’ se calificaba como terrorismo –y no como disturbios callejeros– porque respondía a la estrategia del terrorismo de verdad. El entorno de ETA era terrorista también –según la Justicia– porque había un núcleo central, armado y violento, que dirigía todo lo demás. Esto es algo que no ocurrió en el procés: no hay un grupo armado que permita acusar de terrorismo a quien comparte estrategia y objetivos con él.

En esta curiosa banda terrorista liderada por Puigdemont no hay ni muertos ni nadie con intención de matar. Así que se acusa a los líderes de la banda de otro delito: detención ilegal.

Está en el Código Penal junto con el delito de secuestro. La diferencia entre uno y otro es que el segundo exige que se haya pedido un rescate, una condición para la liberación. Para la detención ilegal basta con que se impida la libertad de movimientos.

¿Y quiénes son, para García Castellón y el Tribunal Supremo, las víctimas de ese delito terrorista de detención ilegal? Pues al parecer los controladores aéreos, que no pudieron llegar a la torre a la hora del cambio de turno por la manifestación de Tsunami Democràtic en los accesos del aeropuerto. Y también se extendería a los pasajeros, que no pudieron ni entrar ni salir durante unas horas de las terminales de pasajeros. Miles de personas en total.

Por las mismas, las personas bloqueadas en las carreteras por las tractoradas de estas últimas semanas, o los trabajadores de la sede del PSOE en Ferraz que tampoco pudieron salir de su oficina por las protestas ultras, ¿serían también víctimas del terrorismo, por otra detención ilegal?

Hay un añadido más: las penas por los delitos de detención ilegal con el agravante de terrorismo van de entre 10 y 15 años. Pero es por persona, por cada detenido. En este caso, habría que multiplicar esos años de condena por todos los viajeros que estuvieron ese día en El Prat. Todos ellos, además, podrían tener derecho a una indemnización como víctimas del terrorismo.

En cuanto al argumento de la “kale borroka”, el Supremo describe unos curiosos “artefactos de similar potencia destructiva a los explosivos” que, hasta donde se conoce, no suelen explotar: carritos portaequipajes, vallas, extintores de incendios, vidrios o láminas de aluminio. Todos estos objetos, según el auto, se lanzaron contra la policía en los disturbios. Algo que, por otra parte, ha ocurrido y ocurrirá en centenares de manifestaciones más, sin que en ellas se acuse a nadie de terrorismo.

El auto para abrir la causa judicial por terrorismo contra Puigdemont solo se puede entender bajo dos prismas. Ninguno bueno para la imagen de imparcialidad del Tribunal Supremo español.

El primero, la ley de amnistía. Solo desde el análisis político se puede entender que esta acusación por terrorismo haya aparecido justo ahora, cuatro años después. El jaque es doble, en esta jugada de ajedrez: por un lado, evitar que Puigdemont pueda beneficiarse de la amnistía, si es que se aprueba. Por el otro, tensionar la negociación entre PSOE y Junts, de la que depende la estabilidad del Gobierno.

El otro análisis posible, compatible con el anterior, pasa por lo que algunos juristas han teorizado como “el derecho penal del enemigo”. Consiste en aplicar la Justicia contra estos acusados que suponen una amenaza para la estabilidad del Estado de la forma más dura y restrictiva posible, incluso sobrepasando algunos límites. Lo que se hizo durante años en España contra los terroristas de ETA. Lo que pasó, por ejemplo, con la doctrina Parot: un castillo jurídico en el aire muy similar al que se está construyendo hoy.

Hay un factor extra, uno que roza lo personal. El Tribunal Supremo ha sido ridiculizado por Carles Puigdemont. Sus éxitos en Europa –en tribunales de Bélgica, Alemania o Italia, que se negaron a conceder su extradición– han sido la mayor derrota de la historia del Supremo: su mayor humillación.

En las próximas semanas, la Justicia tendrá que resolver un asunto que, en circunstancias normales, hundiría toda esta investigación. Manuel García Castellón cometió en 2021 un gravísimo error judicial: se retrasó en la aprobación de una de las prórrogas para investigar este caso.

Hay bastante jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre lo que supone un fallo así. Lo habitual es que anule casi toda la causa: que se archive todo lo que se investigó después de ese error, incluyendo lo que ahora afecta a Puigdemont. Es lo que ocurrió en el pasado con algunos casos de corrupción –como el que afectaba al expresidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez–. Hay incluso un caso de homicidio que quedó impune por un fallo así.

¿Y ahora? ¿Qué hará el Supremo? ¿Seguirá su doctrina de siempre y archivará la causa? ¿O aplicará el derecho penal del enemigo hasta encontrar una excusa con la que cambiar su propia jurisprudencia?


Ignacio Escolar

jueves, 29 de febrero de 2024

- REIVINDICANDO A ESCUREDO.

 Reivindicando a Escuredo.

·         La Andalucía moderna e institucional nace con Rafael Escuredo, el primer presidente elegido en urnas de la comunidad autónoma y líder de la rebelión popular que supuso el referéndum del 28F

Lola Tortosa  @lolatortosa

Imagen de archivo de Rafael Escuredo Canal Sur Media

27 de febrero de 2024 20:06hActualizado el 28/02/2024 10:33h

     Llueve por fin en Andalucía este invierno vísperas del 28F y las banderas españolas que aún ondean en algunos balcones se arrugan empapadas. Deslucen con la lluvia esas banderas invocadas por algunos alcaldes de la derecha contra Pedro Sánchez y los acuerdos del presidente del Gobierno con los independentistas para pacificar Cataluña. Qué melancolía trae la lluvia. Hubo un tiempo hace años en el que “cada casa era una bandera de Andalucía”, de autobuses y coches “con la verde y blanca ondeando”, de mítines de miles de corazones “estallando de ilusión, esperanza y rebelión ante siglo y medio de injusticia y abandono”. Hubo un hombre que lideró aquella rebelión para que Andalucía tuviera los mismos derechos y privilegios, ni más ni menos que Cataluña y País Vasco. El entrecomillado son frases suyas cuarenta años después. Las del socialista Rafael Escuredo, el primer presidente autonómico elegido en las urnas en Andalucía, líder político en el proceso autonómico, artífice principal del referéndum del 28 de febrero de 1980, que dio a Andalucía la autonomía de una nacionalidad histórica, como recoge la Constitución. Hubo otros protagonistas políticos en la gesta de un pueblo doblando el pulso a los constituyentes, pero cada año que pasa el suyo se agranda. La Andalucía institucional y moderna nace con la figura de Rafael Escuredo.

Para la izquierda y, parte de la derecha, es un referente, pero 44 años después no se le ha dado el lugar merecido. Todos le han sacado como un paso de Semana Santa cada 28 de febrero, como él mismo dijo con sarcasmo en una entrevista del periodista Rafael Rodríguez en 2020. “Me lanzaban dos o tres saetas y otra vez para dentro”. No se trata de medallas o de títulos, que los tiene. El PSOE de Juan Espadas y Manolo Pezzi ha reaccionado para reivindicar su legado y que la historia de Andalucía se escriba con su nombre como protagonista. Quizás un poco tarde. Ha tenido tres décadas para hacerlo. Ha hecho falta que el PP alcanzara el gobierno de la Junta de Andalucía con su propio relato y que Escuredo escribiera un libro para desmemoriados, junto a Juan Cano Bueso, - “Valió la pena. La lucha de Andalucía por su autonomía”-. “Aquello fue una lucha en solitario del pueblo andaluz para situar a nuestra tierra en el lugar que le correspondía”. A Escuredo parece preocuparle más que los hechos no se olviden y que se traslade a las nuevas generaciones el esfuerzo de lo que se logró, su valor político y lo que ha supuesto para la vida de los andaluces. “La Andalucía que nosotros conocimos tenía 1,5 millones de analfabetos”, dijo en aquella entrevista a elDiario.es Andalucía.

Los gobiernos socialistas fueron incapaces de llevar la historia autonómica y el origen de sus símbolos como disciplina de estudio a los colegios. Tampoco el PP ha solventado esa carencia. Los niños y niñas siguen con su mollete con aceite cada 28F.

El olvido de la gesta autonómica es terreno abonado para la renacida ultraderecha, su declarada guerra a las autonomías en general y a los símbolos andaluces en particular. Volviendo a las banderas. Qué nostalgia al ver pasar las tractoradas recientes de las gentes del campo por las calles de las ciudades andaluzas protestando contra su abandono político, enarbolando solo banderas rojas y amarilla en sus vehículos. Hubo aquel tiempo en que todas las protestas campesinas llenaban los campos andaluces de banderas verdes y blancas.

El fracaso de la pedagogía. Un ejemplo de clase de secundaria: Preguntan a los alumnos de un colegio si saben quién es Blas Infante, y responden que un cantante de rap o que un cuentacuentos. Preguntemos a los profesores por la ruta de los pueblos de Blas Infante o por el origen de los símbolos andaluces. Habrá silencios y alguno podría sorprender que Rafael Escuredo es un escritor de novelas. Y no se equivoca. Rafael Escuredo ha escrito una decena de libros de ficción, entre ellos una saga policíaca.

Varias generaciones, la de los menores a 50 años, desconocen la historia de la autonomía de Andalucía, la importancia del 28F y sus protagonistas. Para muchos de los que no vivieron de adultos aquellos días del referéndum, el 28F no es más que un día de fiesta, que siendo escolares celebraron con un desayuno de mollete con aceite de oliva y el himno que nunca aprendieron. Esas generaciones no tienen interiorizado la Andalucía autonómica como un activo político, ni la trascendencia que ha tenido para el bienestar de sus vidas.

Hay culpables. Los gobiernos socialistas sucesores de Escuredo fueron incapaces de llevar la historia autonómica, sus protagonistas, el origen de sus símbolos como disciplina de estudio a los colegios e institutos. Tampoco el PP, pese a lo anunciado, ha solventado esa carencia. Los niños y niñas siguen con su mollete con aceite cada 28F.

Moreno se ha puesto el traje andalucista sin complejos, se exhibe con lugares, personajes y símbolos de la autonomía, ninguneando a sus adversarios de siempre, los socialistas

Durante décadas, las manifestaciones del 4D, germen de la conquista autonómica, y el referéndum del 28F, culmen de la misma, llegan a la opinión publicada según la pugna partidista. Cada partido hace una lectura interesada de su papel en los acontecimientos. La izquierda y andalucistas (socialistas, PCA y PSA) tuvieron un liderazgo en el proceso autonómico, eso es histórico y no se puede ocultar. Los socialistas capitalizaron el sentimiento andalucista por aquel 28F hasta permanecer en el poder 37 años. Se lo deben a Escuredo. Pero a sus sucesores también se les fue la mano dejando fuera a la derecha de aquellos logros, por el hecho de que tanto la UCD como Alianza Popular pidiesen la abstención o el voto en contra en el referéndum del 28F. Ni el consenso del segundo Estatuto en 2007 entre PSOE y PP logró limar el resquemor en este partido.

El vacío didáctico dejado por los socialistas unido al resentimiento de años noqueado cada 28F, ha sido aprovechado por el PP al llegar al Gobierno de la Junta de Andalucía en 2019. Ha impulsado su propia lectura sin apenas contestación ilustrada. “El cuento de que el PP es malo para la autonomía se ha acabado”, frase de Juanma Moreno investido presidente. Moreno se ha puesto el traje andalucista sin complejos, se exhibe con lugares, personajes y símbolos de la autonomía, ninguneando a sus adversarios de siempre, los socialistas. Se apropia del relato hasta el punto de crear con éxito un Día de la Bandera de Andalucía el 4D junto a históricos del PA. En aquellas manifestaciones participaron históricos del centro derecha hoy en el PP.

Comete el mismo error que sus antecesores socialistas. En ese afán de interpretar la historia, el PP busca imponer a Manuel Clavero, el ministro de la UCD que dimitió para apoyar el sí en el referéndum del 28F, como el gran protagonista de la autonomía. Sin aquel apoyo de Clavero, que contagió al electorado de la UCD (este partido obtuvo 24 diputados en las generales de 1979 en Andalucía frente a 23 de los socialistas), probablemente el referéndum hubiera fracasado. El entorno de Rafael Escuredo lo tiene claro: “Votó mucha gente que no era de izquierdas, si no, no sale”. La posición de Clavero “desmonta los miedos del centro derecha”, intoxicada con que el referéndum era una estrategia de los socialcomunistas para hacerse con el poder. (El vocabulario en la derecha para referirse al actual gobierno del PSOE se repite décadas después).

La salud y la edad no le permitiría una huelga de hambre como la que sostuvo para que el Gobierno de la UCD aceptara el referéndum y Adolfo Suárez le dijera una fecha tras aquella histórica entrevista en la Moncloa.

Juanma Moreno reivindica a Clavero porque fue el único político destacado de la derecha que impulsó entre este electorado el sí a la autonomía plena el 28F. Clavero, que soñó con un andalucismo de derechas (Unidad Andaluza) sin éxito electoral, no llegó a militar en el PP como sí hicieron otros dirigentes de la UCD en Andalucía, como Soledad Becerril, que fue alcaldesa de Sevilla, y Francisco de la Torre, alcalde de Málaga. Pero el PP lo ha adoptado como “padre de la Andalucía moderna” por su etapa de ministro que impulsó la arquitectura autonómica. Cuando el verdadero padre de la Andalucía moderna es Rafael Escuredo.

Moreno ha sido osado con el papel de Clavero: Encargó un busto del político para colocarlo en el Parlamento en parangón a los de Blas Infante y el socialista Plácido Fernández Viagas (primer presidente de la junta preautonómica), puso el nombre de Clavero a la sala de reuniones del Consejo de Gobierno y creó en 2020 una medalla con su nombre en la gala de premios institucionales del 28F. Hasta esa fecha Clavero y Escuredo eran ambos hijos predilectos de Andalucía. La misma distinción. Desde entonces, Rafael Escuredo es medalla del premio Manuel Clavero. El premio de la humillación. “Ellos quieren ser conversos, bienvenidos, pero que no cambien la historia. Moreno no fue el primero, fue Escuredo”, Pezzi a simpatizantes socialistas. 

Rafael Escuredo, que acaba de cumplir 80 años, sigue siendo un rebelde. La salud y la edad no le permitiría una huelga de hambre como la que sostuvo para que el Gobierno de la UCD aceptara el referéndum y Adolfo Suárez le dijera una fecha tras aquella histórica entrevista en la Moncloa. “¡Qué gol le he metido!”, le dijo al salir al periodista Enrique García. Sigue publicando novelas (‘Sombras de luz’ en 2023) y mantiene el vigor de siempre para analizar sin ataduras la política actual, ahora con otro megáfono, el de las redes sociales. Defiende la amnistía en Cataluña sin paños calientes y arremete contra los críticos de su partido con Pedro Sánchez, desde Felipe y Guerra al presidente de Castilla la Mancha. “El presidente Page dice que no entiende la política de Pedro Sánchez, olvidando que somos decenas de miles los que no entendemos la suya”, posteó en X (antes Twitter) el pasado 13 de enero.

 

sábado, 24 de febrero de 2024

- INTERÉS HUMANO.

 INTERÉS HUMANO.

Cristina García Casado  23 de febrero de 2024 @criscasado__

 Hay momentos de los que nunca olvidaremos dónde estábamos. Cuando mataron a Miguel Ángel Blanco, cuando cayeron las Torres Gemelas, cuando explotaron los cercanías de Madrid, aquella noche de viernes con París acribillada... Son sucesos que no pertenecen a nuestra estricta biografía, pero la detienen. Cómo nos enteramos, quién nos lo contó, cuál fue la primera grieta en la normalidad de ese día.

Todos recordaremos dónde estábamos cuando comenzó a arder un edificio de 138 viviendas en Valencia. Cuando los bomberos rescataron a una pareja atrapada durante dos horas en un balcón rodeado de fuego; cuando se supo que una familia con dos hijos pequeños había muerto refugiada en su baño. Algunos dicen que corremos a poner la televisión o la radio y no nos despegamos por morbo. Yo nos tengo en mejor consideración: creo que lo hacemos porque es lo único que podemos hacer. Creo que es una manera de acompañarnos. De estar menos solos tras cada brutal recordatorio de lo que olvidamos para poder vivir: que en un segundo todo puede cambiar, dejar de ser.

Cuando una tragedia interrumpe la rutina y nos pone frente a la fragilidad de la vida, entra en máximo funcionamiento la empatía, lo que en la clasificación temática del periodismo se llama “interés humano”. Nos mantenemos atentos a los directos que repiten las mismas imágenes a la espera de conocer las historias, con la esperanza de que la brutal tragedia encierre un cierto milagro: que la mayoría de los casi 500 vecinos de un edificio de 14 plantas lograran escapar de un fuego voraz y velocísimo.

Algunos dicen que corremos a poner la televisión o la radio y no nos despegamos por morbo. Yo No os tengo en mejor consideración: creo que lo hacemos porque es lo único que podemos hacer. Creo que es una manera de acompañarnos

Los milagros suelen tener nombre. En el incendio de Valencia uno se llama Julián, el portero del edificio que pudo haber salido corriendo por su vida y no lo hizo. Fue tocando puerta por puerta para advertir del fuego y ayudó, junto con otros vecinos, a que pudieran escapar personas con dificultades de movilidad. Cuentan también que hosteleros de la zona comenzaron a llamar a sus habituales, porque sabían que vivían ahí. El fuego se vio antes desde fuera y algunos de los de dentro pudieron salir a tiempo porque alguien les avisó. El milagro tuvo otro nombre: comunidad.

Pasaron apenas diez minutos entre que salieron del edificio y vieron cómo ardían sus casas. Diez minutos entre lamentar haberse quedado sin nada y entre no tener la oportunidad de lamentarlo. Las instituciones y la sociedad, como suele ocurrir en este país solidario, se han volcado en acciones con un mensaje: no estáis solos. Estado del bienestar es exactamente eso. Que después de ti mismo, de tu salud, de tu familia, de tus amigos, de tu casa, de tu trabajo, de tu buena o mala suerte, hay una red más amplia que no te dejará caer. Es incondicional y es para todos.

Ojalá quienes se quejan de pagar impuestos, quienes los esquivan, pusieran la televisión este jueves. Eso que vimos en directo son nuestros impuestos. Y gente extraordinaria que, de todas las profesiones que hay, escoge unas en las que cualquier tarde puede parecerse a ese horror. Un despliegue impresionante y conmovedor de lo que conseguimos juntos con nuestra aportación: unos servicios públicos que están listos, con su capacidad de reacción y su excelencia, para esos momentos cuando todo estalla. 

viernes, 23 de febrero de 2024

- AYUSO Y LAS FRUTAS.

 Ayuso y las frutas.

Miguel Lorente Acosta

22 de febrero de 2024 @Miguel__Lorente

Isabel Díaz Ayuso ha contestado a Pedro Sánchez, tras referirse al caso protagonizado por su hermano que su propio partido cuestionó, y ha terminado con un “me gusta la fruta”, es decir, llamando de nuevo al Presidente “hijo de puta”.

Ferdinand de Saussure fue un lingüista suizo que a principios de siglo XX diferenció entre el “significado” y el “significante” de las palabras. Explicaba que el significante eran los signos lingüísticos que forman la palabra, morfemas cuando es escrita o fonemas cuando se pronuncia, mientras que el significado es la idea que nos viene a la cabeza con la palabra. De manera que si, por ejemplo, escuchamos o leemos la palabra “casa” nos imaginamos un edificio donde habitan las personas.

Charles Sanders Peirce incorporó un tercer elemento para explicar la comunicación y el análisis lingüístico, y fue el de la “referencia”. La referencia es la realidad que da sentido a los signos que forman las palabras y a su significado con relación al contexto, de manera que una misma palabra puede tener significados diferentes según el marco en el que se utilice. Bajo esa idea, si volvemos a la palabra casa y decimos “el niño juega en casa”, se entiende que está jugando en su hogar, pero si se dice que “un equipo de fútbol juega en casa”, lo que se entiende es que lo hace en el campo de las instalaciones del propio club, no en el hogar de los jugadores.

Ayuso y su equipo pueden pensar que son muy ocurrentes, pero la expresión creada “me gusta la fruta” para ocultar que llamó “hijo de puta” al presidente del Gobierno, y su repetida utilización en diferentes actos y momentos, es tan directa como llamarlo explícitamente “hijo de puta”, lo cual plantea dos cuestiones.

La primera es la utilización del insulto en política, algo que cada vez es más frecuente, dentro y fuera de los Parlamentos. El recurso al insulto, al margen de las consideraciones más elementales sobre la falta de educación, que tanto gusta exigir desde determinadas posiciones conservaras, demuestra la pobreza y la falta de ideas para argumentar de manera razonada sobre lo planteado, y las limitaciones para criticar a la persona en cuestión sin necesidad de llegar a insultarla. Y si el insulto es criticable en cualquier circunstancia, aún lo es más en política, pues la responsabilidad del ejercicio público viene definida por convivir y compartir trabajo y escenarios con quienes piensan de manera diferente, por lo que el respeto en política debe ser un ejemplo de convivencia para la sociedad. No comportarse de ese modo y utilizar insultos también actúa como ejemplo, pero una ejemplaridad negativa que pretende que otras muchas personas (en las instituciones, medios, redes y sociedad) también insulten en busca de su trocito de reconocimiento por parte de los suyos. Y está claro que la insistencia de Ayuso en el uso de “me gusta la fruta” forma parte de esa incitación al insulto y a los ataques que con tanta frecuencia se observan.

La segunda cuestión, aún más inaceptable, es utilizar la prostitución y a las mujeres que la ejercen como insulto, reforzando la construcción machista de la prostitución, que atrapa y esclaviza a miles de mujeres para disfrute de los hombres y que estos puedan expresar su sensación de poder a través del sexo. Cada vez que Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, dice o escribe “me gusta la fruta”, está utilizando a las “putas” de una sociedad machista en beneficio propio. Y si ya es terrible la cosificación y sexualización de las mujeres, y su expresión en grado extremo por medio de la prostitución, más terrible es que sean instrumentalizadas por parte de una máxima responsable de la política entre bromas y risas.

En los años 80, la compañía Cofrutos sacó una campaña de publicidad sobre sus zumos con el eslogan “De fruta madre”, y en aquel entonces el organismo de autorregulación publicitaria, “Autocontrol”, retiró los anuncios por su vínculo con el significado dado por la realidad social, y su asociación con la expresión de uso común “de puta madre”.

Como se puede ver, Díaz Ayuso no es nada original en sus ideas, lo sorprendente es que la misma sociedad que hace 40 años era capaz de evitar que una frase que pudiera dar lugar a banalizar un insulto y a la instrumentalización de las mujeres que ejercen la prostitución, hoy aplauda y apoye a una lideresa política que no sólo insulta, sino que también da muestras suficientes de desprecio a las personas más vulnerables de nuestra sociedad.

Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.