Una decisión política del Supremo contra la amnistía.
- El auto del Supremo es político. Para defender su concepto de la
unidad de España. Y para poner en su sitio a un Parlamento que el pueblo
ha querido que esté controlado por progresistas y nacionalistas. Los
jueces han decidido dejar claro que los únicos que mandan de verdad son
ellos.
- — El Supremo rechaza amnistiar la malversación de
Puigdemont y le mantiene en búsqueda y captura.
Joaquín Urías @jpurias 1 de julio de 2024
El Tribunal Supremo lo ha vuelto a
hacer. Ha vuelto a violar la soberanía popular. Nuevamente ha
decidido que su voluntad vale más que la del pueblo, expresada –como dice la
Constitución– en la ley. Los jueces de nuestro más alto tribunal de justicia
dejan así una vez más en el aire la pregunta de si en España es posible la
democracia.
La explicación
técnica de lo que han hecho es sencilla, aunque en los próximos días el aparato
mediático y jurídico de la derecha nos va a intentar convencer de lo contrario.
La ley de amnistía dice que no serán amnistiados los delitos de malversación cuando
haya existido propósito de enriquecimiento. Para aclarar este concepto, la
propia ley detalla que no se considerará enriquecimiento la aplicación de
fondos públicos a finalidades independentistas “cuando, independientemente de
su adecuación al ordenamiento jurídico, no haya tenido el propósito de obtener
un beneficio personal de carácter patrimonial”. La norma es clara. Cristalina.
Nos puede parecer mejor o peor, podemos estar o no de acuerdo con lo que dice,
pero no hay duda de ello: si se usó dinero público para el referéndum del uno
de octubre sin intención de obtener un beneficio patrimonial personal, es
decir, sin voluntad de quedarse con dinero para ellos mismos, el delito tiene
que ser amnistiado.
Donde la ley es
clara, no necesita interpretación. Pero eso le da igual a los magistrados del
Tribunal Supremo, que creen que su papel es hacer política y salvar a España
antes que aplicar las leyes. Así que han decidido reinterpretar las leyes
conforme a su propia ideología. Para justificarlo se han inventado un argumento
ridículo. Dicen que, para organizar el referéndum, los líderes independentistas
podían elegir entre usar dinero público o pagarlo de su bolsillo. Puesto que
usaron dinero público, se ahorraron el pagarlo ellos mismos. Ese ahorro es,
para cinco jueces, un enriquecimiento.
Los magistrados del
Tribunal Supremo no son tontos, pero si hace falta se lo hacen. En esta ocasión
parece que han pasado por alto lo más evidente. No hay ninguna prueba de (y es
incluso improbable) que esos líderes, en caso de no haber tenido dinero para
publicitar el referéndum, lo hubieran pagado de su bolsillo. ¿Cuánto habría
puesto cada uno?, ¿habrían pagado todos?, ¿no habrían hecho el referéndum sin
esos gastos? De nada de eso hay pruebas. Es un argumento infantil, rebuscado y
falso. Tanto, que hay que pensar que no se trata de un error, sino que responde
a la clara intención de inventarse un supuesto beneficio patrimonial donde
evidentemente no lo hay. Para no amnistiarlos. Por independentistas.
Prueba de que con
esta interpretación sólo están imponiendo sus propias ideas políticas por
encima de la voluntad del Parlamento es que, como no saben controlarse, han
trufado su decisión de consideraciones políticas. Directamente acusan al
Parlamento de lenidad (literalmente, blandura en exigir el cumplimiento de los
deberes o en castigar las faltas) por perdonar delitos graves. Y evidentemente,
justicieros que son, deciden remediarlo.
El despropósito
jurídico roza lo infame cuando para reforzar su extravagante argumento acuden a
consideraciones directamente políticas y contrarias a derecho. La ley de
amnistía excluye también de ella los actos tipificados como delitos que
afectaran a los intereses financieros de la Unión Europea. Pues ahora dicen
estos magistrados que, como los condenados del procés buscaban
la independencia de Cataluña, sus delitos afectaron “potencialmente” a los
intereses financieros de la Unión Europea. Lo argumentan en que si Cataluña
fuera independiente disminuirían los ingresos totales de la Unión, pues
disminuiría la recaudación. Explican entonces que la declaración unilateral de
independencia supuso “el debilitamiento de la fortaleza territorial de España”.
Añade que es cierto que duró unos segundos pero, si no hubiera sido así y
hubiera triunfado, habría podido afectar en último término a Europa. Se trata
de un disparate total. Los castiga no por lo que hicieron, sino por lo que
habrían podido hacer, y razona de manera diabólica: es tan absurdo como decir
que cada vez que hay un homicidio disminuye la capacidad recaudatoria de la
Unión Europea, o que todo el que defrauda a Hacienda está afectando a los
intereses económicos europeos.
Solo una magistrada
se ha atrevido a señalar que el emperador está desnudo y recuerda en su voto
particular que la única interpretación razonable de la ley es que solo están
fuera de la ley de amnistía las desviaciones de dinero hacia supuestos de
corrupción personal. También dice que para interpretar qué son los intereses
económicos de la Unión Europea el Supremo habría debido plantear una cuestión
prejudicial. Nada de esto ha importado a la mayoría de jueces que, con evidente
recochineo, insiste en que el texto legal tiene vida propia fuera de la
voluntad del legislador y aprovecha para atacar la supuesta precipitación con
la que se ha elaborado esta ley.
Es una decisión
política. Un auto para defender su concepto de la unidad de España. Y para
poner en su sitio a un Parlamento que el pueblo ha querido que esté controlado
por progresistas y nacionalistas. Los jueces han decidido dejar claro que los
únicos que mandan de verdad son ellos.
De poco nos sirve
tener un Parlamento elegido democráticamente por sufragio universal si cinco
jueces arrogantes son capaces de pasarse sus leyes por el forro e imponernos a
todos su propia voluntad política. Estamos ya acostumbrados en España a que
cualquier señor que haya demostrado en una oposición su capacidad de memorizar
y repetir como un loro se crea de mejor clase que el resto de la población y se
sienta legitimado para imponernos a los demás sus ideas políticas como en la
más injusta de las dictaduras. En esta ocasión, los cinco jueces que se han
rebelado contra la voluntad popular ni siquiera ostentan su cargo por una de
esas oposiciones. Fueron nombrados directa y arbitrariamente por un órgano
politizado y controlado por el partido popular.
Ahora acaba de
llegarse a un acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial, que
es quien elige a dedo a los jueces del Supremo. Si en el Gobierno creen que la
eventualidad de que magistrados “de su cuerda” lleguen ahora al alto
tribunal va a frenar la deriva antiparlamentaria de este órgano, es que no han
entendido nada. El momento actual no va de mayorías, sino de decencia
democrática. Porque si esto sigue así, lo más sensato será que dejemos
definitivamente de votar en las elecciones. De nada nos sirve, si unos señores
con tan poca vergüenza como dignidad cambian las leyes a su antojo.
Mientras unos miraban
al gobierno de los jueces y se lo repartían, los jueces se convirtieron en el
gobierno.
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