La Guardia Civil tiene sus reglas.
La
Guardia Civil es un Cuerpo y tiene sus reglas, aunque haya mandos que
olviden que algunas de ellas se presentan sin avisar y con evidente
riesgo de ponerlo todo perdido. Es un tema que afecta singularmente a
las agentes del Instituto, que a los tradicionales valores de
sacrificio, lealtad, austeridad, disciplina, abnegación y espíritu
benemérito, han de añadir el de la menstruación en acto de servicio, un
todo por la patria un tanto sangriento para el que suelen llegar
preparadas de casa salvo imponderables del ciclo.
Por uno de esos imprevistos, una guardia civil que había abandonado
durante diez minutos la vigilancia de una rotonda del puerto de
Barcelona para acudir a un baño y ponerse una compresa ha sido
expedientada y suspendida dos días de empleo y sueldo. Dice ahora la
oficialidad que la sanción está justificada por haberse ausentado sin
avisar, estando como estamos en el nivel 4 de alerta antiterrorista.
Dicho nivel se ha mantenido invariable desde junio de 2015, por lo que
hay que suponer que la superioridad ha tenido conocimiento de cada
micción de los hombres de verde y dispone de un grandioso trabajo de
campo sobre el funcionamiento del riñón y hasta de la próstata de los
uniformados.
El caso Evax fina y segura puede parecer una anécdota desafortunada
pero es la constatación de que estamos ante un Cuerpo con demasiada
testosterona, que sigue sin asumir la incorporación femenina pese a la
tradicional costumbre benemérita de patrullar en pareja. La presencia de
la mujer es un imperativo legal que se sobrelleva. De los cerca de
77.000 agentes, apenas 5.000 son mujeres, alrededor de un 6,5%, un
porcentaje muy inferior al de otras fuerzas de seguridad (13% en la
Policía Nacional, un 22% entre los Mossos y un 11% en la Ertzaintza).
La Guardia Civil es más de números que de género, la conciliación es
un arcano y son frecuentes las situaciones de acoso laboral y sexual. De
ahí que el absentismo laboral de las mujeres llegue a triplicar en
ocasiones al de los varones. En este reino de machos, todo está pensado
para que bajo el tricornio haya un hombre con o sin bigote. Ello explica
situaciones surrealistas como el de la agente expedientada por
insubordinación tras haber adquirido y utilizado un chaleco antibalas
adecuado a su anatomía y no el estándar, que no contempla que su
portador tenga unos pectorales sobresalientes, coloquialmente conocidos
como tetas.
Sometida al Código Penal Militar, en la Guardia Civil la
discriminación de género no existe como tal, y el protocolo de acoso
resulta una burla. Las denuncias se eternizan o se entierran. No es
infrecuente que el denunciado por acoso sea el instructor del protocolo o
que el caso se archive sin tomar declaración a la denunciante. A las
guardias civiles se les sigue mandando a casa a fregar, y sólo pueden
esperar que, tras un tortuoso proceso, las vejaciones y los insultos
sean castigados como abuso de autoridad.
La Benemérita es un Cuerpo, sí, pero bastante extraño. Lo razonable y
lo deseable sería que se unificara con la Policía Nacional en una única
fuerza de seguridad civil, una especie de policía federal complementada
con las autonómicas y locales, lo que solventaría la descoordinación y
las duplicidades Pero su desmilitarización, una más de las promesas
incumplidas del PSOE cuando llegó al poder en 1982, se ha pospuesto
indefinidamente. Todos los Gobiernos han encontrado ventajas en mantener
ese carácter que les obliga a la sumisión y a la obediencia, les priva
de derechos básicos como la sindicación, la huelga o la negociación
colectiva y les maltrata salarialmente. Alberto Moya, secretario general
de la Asociación Unificada de Guardias Civiles, lo explica
gráficamente: “Somos como la paella o los toros”, una tradición, un
segundo ejército muy folclórico.
Sin desmilitarización es imposible que la democracia y la modernidad
penetre en este entramado tan masculino, un colectivo, por cierto, con
una de las tasas de suicidio más altas del país. Casi 30 años después de
que un decreto ley permitiera su acceso a la institución, el papel de
la mujeres es residual. De las distintas escalas y empleos representan
el 2,77% de los oficiales y el 2% de los suboficiales. Siguen siendo una
curiosidad estadística y, periódicamente, un estorbo menstrual.
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