Vergüenza de mujeres, las del PP.
El ministro Alberto Ruiz Gallardón está que se sale con la cosa del aborto. Su ley llega a desvelarnos que “la norma tendrá un efecto positivo sobre la economía porque aumentará la natalidad”. Traducido al castizo: robarle a la mujer la potestad sobre su cuerpo es un negociazo para España. A mí me suena a prostitución a la católica, que es la que le gusta al machismo del PP: la mujer como paridora de mano de obra barata. En la última sesión parlamentaria de control al Gobierno la diputada socialista Soraya Rodríguez le ha recordado al ministro que ese fue el argumento del dictador comunista rumano Nicolae Ceaucescu para justificar su ley del aborto.
Si uno se para a pensar, es posible darle la vuelta al economicista razonamiento gallardoniano con facilidad pasmosa. Lo que va a provocar esta ley, en el aspecto económico, es una fuga de capitales, pues nuestras mujeres se irán a abortar, pagando, a países con legislaciones menos carcas.
Da asco, miedo y tristeza una ley que mezcla la tragedia de abortar con la balanza económica. Yo no sé cuántas diputadas, senadoras, alcaldesas y concejalas del PP habrán abortado alguna vez, pero calculo que bastantes. O sea, que saben que el aborto no es una afición alegremente follandera, sino un rayo terrible en el cerebro y en el vientre de la mujer. Y del hombre.
No sé si ya lo he contado alguna vez. Cuando yo era un chaval, tuve que llevar a una novieta a abortar a una clínica ilegal en Oporto. Eran más baratas que las clínicas ilegales gallegas. Pasados los días, mi chica se apretaba los pechos enormecidos por las mareas hormonales y me decía: “Esto era para nuestro niño”. Y se echaba a llorar. Nos echábamos a llorar.
Me acordé mucho de aquel niño y de aquellos pechos cuando leí que “la norma tendrá un efecto positivo sobre la economía porque aumentará la natalidad”. La ley de Gallardón está traduciendo a aquel niño, aquellos pechos y aquel dolor en un valor de mercado.
Si aquel niño, aquellos pechos enormecidos y aquel dolor son un negocio para España, no entiendo por qué ahogamos a inmigrantes en Ceuta. También eran manos, brazos y piernas para ese crecimiento económico que augura Gallardón al arrebatarles una libertad más a las mujeres. Además de machista e inhumana, la frase adquiere así también un matiz racista.
Por eso no soy capaz de entender a las mujeres del PP. Que voten convertirse en coños paridores de esclavos para bonanza de la economía del país. Es demasiado hipócrita y, como poco, una asquerosa prueba de sumisión. Francamente, las mujeres del PP no me merecen el más mínimo respeto cuando aceptan en silencio estas barbaridades. Con esa actitud, también aceptarían que Jesús Posada mandara a las diputadas, después de los plenos, a limpiar el hemiciclo. Y cuando el Congreso estuviera mister Propper, a quitarse los mandiles y esmerarse en las tareas reproductivas. Pero sin gozarlas, que es hondo pecado.
Desde que le dieron el ministerio de Justicia, Gallardón se ha puesto machote. Y a su anteproyecto de ley solo le falta decir que todas las mujeres son unas putas salvo su madre y su hermana. Así que si tienen un embarazo no deseado es por vicio. Una palmada en el culo y a la cocina por zorras. Me da hasta vergüenza escribir esto, pero un diablillo con cara de Gallardón me lo está susurrando subido a mi hombro y pegado a mi oreja. Por supuesto, a la derecha. Pena me dan las mujeres del PP, tan calladas, tan en su cocinita, tan dentro de su mandilón de chachas, tan embutidas en su camisón con pudoroso agujerito en la entrepierna. ¿Alguien podría decirme en qué siglo estamos?
Aníbal Malvar
Aníbal Malvar es periodista y escritor.
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