La mezquita católica.
Hay un cierto revuelo en Córdoba porque, en 2016, la mezquita pasará a ser propiedad de la iglesia católica ad aeternum, o como se diga, si Dios no lo remedia. La mezquita fue inscrita como propiedad de la iglesia católica en 2006, aprovechando una reforma de la ley hipotecaria que se lo puso a huevo a monseñor Rouco Varela. Gracioso es que esta mezquita, explotada por la curia española, ya no se llame mezquita, sino catedral, lo que dice muy mucho del respeto de nuestra iglesia hacia la cultura, la historia y el idioma.
Una plataforma ha reunido 80.000 firmas en unos días para recuperar la titularidad pública de la mezquita cordobesa, un templo de mayores dimensiones y, según algunos sabelotodo, de mayor valor artístico que la Basílica de San Pedro. En eso no me meto, pues en arquitectura ando algo bobo últimamente.
Pero me sigue pareciendo algo anacrónico que la iglesia continúe poseyendo la titularidad de algo a lo que llamamos patrimonio cultural. No porque le vaya uno a negar a la iglesia (a cualquier iglesia, no solo la católica) el mérito de haber sido garante de la conservación de grandes obras durante siglos y centurias. No. Pero es que la iglesia ha demostrado que, al final, como intuyó Umberto Eco, tiene tendencia a despistar entre incendios y venenos el tercer libro de la Poética de Aristóteles. O sea. Que solo conserva aquella cultura que el curilla de turno no considera pecado. Y eso es ligeramente reprochable.
Cuando la guerra civil, la matanza fascista de maestros y profesores españoles fue alegremente aplaudida por nuestras autoridades eclesiales, que estaban deseosas de impartirnos las matemáticas bajo el dogma de que tres es uno, y la biología basándose en el hecho de que una chica puede ser preñada por un arcangélico palomo. En la iglesia de base, mientras, eran sancionados los sacerdotes que se jugaban la sotana intentando escolarizar a los niños barriobajeros que tiraban de navaja en cuanto salía la luna. Ni una cosa ni la otra.
El hecho de que la iglesia católica, o cualquier iglesia, pueda ser la propietaria de una belleza infinita como la mezquita de Córdoba, patrimonio de la Humanidad, es una sinrazón. Si aceptamos tal barbaridad, cualquier día Adelson se compra la Catedral de Santiago e instala allí un Eurovegas. Porque no veo yo que haya mucha diferencia entre un papa de Roma y el tal Adelson, salvo por el hecho de que al papa de Roma le ponen más sencillos los negocios.
Una mezquita no puede ser, por lógica primaria, patrimonio de la Humanidad y al mismo tiempo propiedad de un señor intransigente y con hisopo. Si es patrimonio de la Humanidad, una de cada 7.000 millones de partes de esa mezquita es mía, y otra parte similar es tuya.
A falta de estatura intelectual, la curia es muy amiga de apropiarse de muy bellos y altos edificios. Como si un orate orando dentro de una catedral pareciera menos orate (que lo parece). No le afeo la afición. Pero ya quizá sea tiempo de ir controlando un poco lo que hace y deshace la iglesia en nuestro patrimonio cultural, pues la piedra de nuestras catedrales, sus frescos, sus cuadros y sus estatuas son tan aconfesionales como nuestra Constitución (disculpad la carcajada). Yo no propongo arrancar a los curas de las catedrales e impedirles dar misa en ellas, pues la ignorancia que propalan de voz se compensa con los ecos de piedra culta que llegan a las almas de los feligreses en forma de arte. Pero es que las catedrales se están cayendo. Y, como Fátima Báñez, lo único que se le ocurre a la curia es rezar para que otro arcangélico palomo frene el derrumbamiento. Y el arcangélico palomo anda ya muy ocupado preñando beatas por inseminación colombófila, y no le queda tiempo para más. Palabra de Dios. Yo casi prefiero a Adelson.
P.S. Si algún lector tiene alguna duda sobre las capacidades del palomo para salvaguardar mezquitas, que firme aquí:
Aníbal Malvar. Publico.es