miércoles, 23 de febrero de 2011

- 23 DE FEBRERO DE 1.981.

Ese día frío de febrero me cogió en Santa Bárbara de Casa, pueblo pequeño del Andévalo norte, limítrofe con Portugal, donde ejercía de maestro de primaria y tenía en mi clase 13 hijos de guardias civiles. Habíamos finalizado las clases vespertinas y nos encontrábamos los 4 maestros forasteros hablando temas escolares relacionados con el funcionamiento del colegio, ya que habíamos denunciado al director por robar electricidad del colegio y por llevarse material escolar para sus tres hijos del almacén escolar, cuando el propio director, después de presentarse con sus armas (era cazador) en el cuartel de la Guardia Civil, el comandante de puesto lo mandó a su casa después de advertirle de su actuación, nos informó del golpe de estado dado por Tejero y sus secuaces.

A partir de ese momento nuestra mayor necesidad urgente era tener noticias de fuera y en el pueblo no había luz, como muchos días, por lo que decidimos montarnos en los coches, salir fuera del pueblo y escuchar la radio. Como consecuencia de la falta de luz tampoco había teléfono para comunicarnos con nuestras familias y saber como estaba la situación en Bonares y en el resto de España.

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Todos los maestros forasteros estábamos catalogados de izquierda y revolucionarios ya que no coincidía nuestras actuaciones en el colegio y en la calle con el maestro del pueblo, el director, y por tanto teníamos mucho miedo por nuestras vidas si el golpe seguía adelante. Decidimos tener los coches preparados para salir a Portugal por Paymogo, ya que por Rosal de la Frontera sería mucho más difícil. Pero aquella noche después de la intervención del Rey en T.V.E. nos tranquilizamos un poco y decidimos estar alerta por si la situación cambiaba. He de decir que todos los maestros vivíamos en casas de maestros junto al colegio y en las afueras del pueblo en el cruce de las carreteras de Rosal, Paymogo y Santa Bárbara.

Al día siguiente me levanté más temprano de lo normal y escuché la radio pero no me tranquilizó mucho ya que el Congreso seguía ocupado. Al salir del colegio la situación había cambiado para bien y pude hablar con mis padres quienes estaban muy preocupados por mí ante la falta de noticias y la gravedad de la situación, contándome que algunos fachas locales se presentaron ante la Guardia Civil para ponerse a sus órdenes.

Cuando llegué a casa, ese fin de semana, contemplé con sorpresa la foto de un carro de combate en las calles de Valencia con el nombre de Cerveró y no era otro que el que yo mandaba en la mili en el Regimiento de Caballería “Lusitania 8” de Bétera (Valencia) cinco años antes. También hablé con mis amigos y comentamos todo lo que había pasado y lo que sentimos.

Ese 23-F no se me olvidará nunca.

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