El título del artículo hace mención a la actitud de la iglesia católica ante cualquier tema del que quiera opinar o decir cosas. Se quejan de que los políticos y la sociedad en general se metan u opinen sobre los temas las religiosos, y más en concreto, sobre la gran metedura de pata del Papa en el tema de los condones, el sida y África y sin embargo ellos, los curas, siempre se están metiendo con el gobierno socialista y todo lo que hacen, que para ellos, está mal.
A continuación transcribo parte del artículo9 publicado por Enric Sopena en el Plural.
Los monseñores, los condones y la abstención del PSOE.
La Conferencia Episcopal Española ha cuestionado –a través de una nota de prensa- el derecho del Congreso de los Diputados a debatir en torno a los criterios del Papa Benedicto XVI. El Sumo Pontífice de la religión católica dijo -hace algunos meses- que el uso de condones en África no es eficaz para combatir el sida, escudándose en esta artera ocurrencia para seguir defendiendo lo indefendible. Lo manifestado públicamente por Joseph Ratzinger levantó una oleada de protestas. Si se hubiera hecho entonces una encuesta al respecto en la “católica España” -así llamada tradicionalmente por el Vaticano desde tiempo inmemorial-, el resultado habría sido demoledor para el jefe de ese peculiar Estado, el único teocrático [o sea, no democrático] que todavía hay en Europa.
Los obispos y cardenales españoles exigen “que las instituciones del Estado se abstengan de intervenir en el libre desarrollo de las instituciones religiosas (...), mientras no esté probado que atenten contra el orden público” Sostienen también que “tratar de interferir por medio de reprobaciones políticas parlamentarias en la guía moral que el Papa ejerce en la Iglesia mediante su Magisterio ordinario, contradice seriamente el principio de no intervención y lesiona el derecho de libertad religiosa”.
Cada dos por tres
Es decir, que todos estos monseñores que, cada dos por tres, irrumpen en el escenario político y organizan una a modo de algarada dialéctica o callejera -pacífica por supuesto-, criticando cuanto no les agrada [y no les agrada apenas nada] de la legislación y actuaciones del Gobierno socialista que preside José Luis Rodríguez Zapatero sí pueden, sin problema alguno, dar ellos lecciones a los diputados acerca de lo que deben o no calibrar, discutir y votar.
La piedra y la mano.
¿Hasta cuándo los clérigos y sus superiores organizarán manifestaciones antigubernamentales –que se transforman a menudo en ataques personales contra Zapatero y sus millones de votantes- enfrentándose casi siempre a la voluntad mayoritaria, expresada en las urnas? ¿Con qué legitimidad democrática actúa la cúpula oficial de la Iglesia católica, cuyos rectores no son elegidos, sino nombrados a dedo? Dentro de poco desplegarán a sus masas, enlazadas con los populares -mientras Mariano Rajoy tira la piedra y esconde la mano- para llamar asesinos u otros vocablos similares a quienes, mujeres y hombres, están a favor de una más adecuada regulación del aborto.
Que no se quejen.
Pero que no se quejen del acoso eclesiástico ni el Gobierno ni el PSOE. En el Congreso se quedó prácticamente solo Joan Herrera, valeroso diputado de ICV, ante la posibilidad de reprender al Papa. Las derechas –la nacional o estatal y las autonómicas- votaron “no” a la propuesta de Herrera. Los diputados socialistas se abstuvieron. Su portavoz, Joan Calabuig, dio una de cal y otra de arena y acabó otorgando en parte la razón a la Conferencia Episcopal al afirmar que no era “función del Parlamento recriminar los discursos papales”.
“Justo y necesario”.
Subrayó que lo importante es “seguir desarrollando políticas activas contra el sida” -algo que, en efecto, procura con mayor o menor éxito hacer el Gobierno-, aunque hubiera debido agregar que una forma de activar la lucha contra el sida, que en África es una masacre, pasa también por plantarle cara al Papa cuando convenga. Y en esta ocasión era “justo y necesario” hacerlo.
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