Ayer sábado fui a comprar vino y aceite a la cooperativa agrícola Santa María
Salomé, y me llevé una agradable sorpresa al comprobar que había comenzado la
VENDIMIA, pues había un montón de orujo junto a la pared y varías cargas de uvas
en la lagareta y además también había tres vehículos esperando para pesar la
carga que traía. Hoy quiero rememorar la vendimia de Bonares con este artículo
que publiqué en este blog el día 23 de septiembre de 2008, hace ya unos años,
pero las circunstancias ha cambiado poco y a peor.
Dedicado a todos los hombres y mujeres del campo que con su trabajo
ayudaron a hacer un Bonares mejor.
Vendimia.
Esta tarde, mientras
paseaba hacia El Corchito, pasé por la Cooperativa del vino y percibí
levemente el olor a mosto que emanaba del orujo amontonado al lado de la pared,
pero no había tractores, ni coches y, por supuesto, mulos o burros cargados con
los serones llenos de racimos de uva tapados por una manta de saco con 4
ganchos en las esquinas para que la carga no se cayese al suelo, y sentí
nostalgia de mi vida de pequeño rodeado de lagares y de viñas y de aquellas
interminables vendimias que duraban más de un mes y que algún año no terminó
antes de las fiestas de la Santa, según he oído.
Ya no vemos las
hileras de burros y mulos que entraban al pueblo por todas las calles que daban
al campo, y que eran muchas, pues no hay que olvidar que había lagares en casi
todas las calles del pueblo, aunque más en las calles Daóiz, Velarde,
Cañamales, Santa Justa, Niebla, camino del cementerio, camino del río, etc.
Esos vendimiadores que
partían casi de madrugada a los campos a cortar los racimos cuando el sol
empezaba a apuntar por el horizonte y evitar el rigor del calor pegajoso del
veranillo de San Miguel o del membrillo, de aquellos porteadores con el
cabresto de la bestia, que iba en cabeza, reatado en el hombro y andando
cansinamente, ya que tenía que andar bastantes kilómetros al día por caminos y
veredas arenados y con unos zahones pegajosos del mosto de la uva.
Cuando llegaban al
lagar les esperaba el dueño y/o encargado del pesaje de la uva con la romana
(se pesaba en arrobas de 11’5 kilos y en libras) que los chiquillos nunca
llegamos a entender. Después de pesada la carga se echaba a la lagareta para
pasar, al finalizar la tarde, a la molienda con la destrozadora manual y
descansar toda la noche manando el oloroso y azucarado zumo de la uva, para que
al día siguiente los lagareros formasen el pie alrededor del husillo de la
prensa y lo atase con el cintero (cuerda gruesa) y le pusiesen encima los
tablones y los tacos para al final, ayudado por una palanca de hierro o madera,
apretase el pie de la uva machacada y sacarle todo el juego que caerá al pilón,
para luego, con ayuda de la finforria (bomba manual) llevarla a los bocoyes.
Pero ya todo lo
anterior es tiempo pasado que difícilmente volverá a repetirse por lo anticuado
del sistema y por la escasez de plantaciones de viñas en nuestro pueblo. Ya no
se huele a mosto, ya no se ven las reatas de bestias, ya no se ven los lagares
abiertos, YA NO HAY VENDIMIA.
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