La asignatura pendiente del
Estado español es su separación de la Iglesia católica.
Laicidad y derechos humanos son conceptos intrínsecamente vinculados, y
solo avanzaremos en esos derechos desde una educación que asuma esa laicidad.
Ruth Toledano.
21/04/2019 El diario.es
Procesión de Semana Santa EFE
Como turista de Semana Semana en una localidad
andaluza, asistí a una procesión. Hacía años que no veía una en directo y
aparte de la curiosidad -digamos, estética y antropológica- que, dado el
contexto, me producía ese espectáculo, quería también revisar mis presuntos
prejuicios al respecto. Se reafirmaron todos como juicios formados en base a
una realidad que se me hizo evidente y era tangible. De hecho, tuve tan cerca
el paso del Nazareno que podría haberlo tocado, como lo tocó un bebé a quien su
padre acercó a aquel brillante repujado. No quise hacerlo.
La curiosidad con la que había acudido dio paso
enseguida a un dejá vuque me llevó a un pánico de infancia. Yo
entonces no sabía nada del Ku Klux Klan pero aquellos encapuchados que
avanzaban con velas encendidas y blandían grandes cruces me producían terror.
Ahora, en plenas vacaciones adultas, los penitentes me lo produjeron también,
porque ya sé lo que es el Ku Klux Klan. Si entonces era miedo a lo que
eran los del capirote ahora fue miedo a lo que representan. “Pura idolatría y
fanatismo”, me había comentado alguien a quien manifesté mi interés por ir la
procesión. Cualquiera diría que estaba hablando de otras gentes, otros lugares,
otras culturas. Pero no: se estaba refiriendo a la Semana Santa española. Y
tenía razón.
Tras los penitentes aterradores iban, entre otros
personajes siniestros o inquietantes, unas cuantas mujeres de luto integral y
mantilla negra (mujeres conocidas como Manolas, cuyo único papel es
acompañar a los hombres y acaso contener el llanto o llorar), un puñado de
niños repeinados vestidos de monaguillo y, como era de esperar por mucho que te
pusieras las gafas relativistas, varios representantes de las aún fuerzas vivas
de la España rancia y reaccionaria, desde curas con sotana y alzacuellos hasta
políticos locales con traje de domingo. Iban escoltados por varios agentes de
policía. Salvo algunos detalles que no pasaban por alto si te fijabas bien
(unas zapatillas Nike asomando bajo el hábito de un penitente, las plataformas
excesivas sosteniendo a duras penas a una Manola), solo apartar la
vista del cortejo y dirigirla hacia el público te hacía volver de los años
cuarenta.
Fervor religioso vi poco. La gente se metía en la
calzada a hacer fotos del paso con móviles y tabletas, las familias se
saludaban en voz alta, una chavala bailaba al ritmo de la banda que cerraba la
comitiva con sus trompetas tristes, solo desde un balcón se cantó una saeta.
Sería, en todo caso, un fervor que habría de ser privado. Allí estaban, sin
embargo, el cura del alzacuellos, las cruces, la cera de los cirios, el manto
de la virgen. Y el alcalde con traje de domingo. La asociación Europa Laica
había reclamado a la Junta Electoral Central que se pronunciara
sobre la procedencia de la participación de cargos públicos en los actos de una
Semana Santa que ha coincidido con la campaña electoral. En un Estado
aconfesional no solo es improcedente sino también ilegal, según las normas que vigila
la propia Junta, que los cargos electos hagan proselitismo de la religión
católica a través de su presencia en eventos de esta confesión.
La cuestión que planteó esta consulta va más allá del
posible beneficio en las urnas que esa visibilidad pueda reportar a ciertos
candidatos. Europa Laica ponía una vez más sobre la mesa el despreciado debate
sobre la separación de poderes Iglesia y Estado. Ningún partido, denunciaron,
había asumido la demanda de laicidad que subyace en su reclamación. No se
trata, como algunas personas han comentado, de controlar o reprimir las
creencias personales de los cargos públicos y candidatos políticos, sino de que
la expresión de las mismas no se realice desde el plano institucional. El
alcalde con traje de domingo debería haber estado donde estaba yo: de público,
en la acera, viendo la muerte pasar.
El 60% de la población española reconoce que no asiste
jamás a otro evento religioso que no sea una boda, un bautizo, una comunión o
funeral, y el 47% de las personas de entre 18 y 24 años se declaran agnósticas
o ateas. Sin embargo, muchas de las procesiones de Semana Santa son
subvencionadas con fondos públicos, lo cual, unido a la exhibición de sus
símbolos, que son ideológicos, conculca la obligada neutralidad del Estado. No
lo dice solo el laicismo organizado, lo dice la Ley Orgánica Electoral, que
deriva directamente de la Constitución. Ya que estamos tan constitucionalistas
últimamente.
“La laicidad del Estado sigue siendo una asignatura
pendiente, un déficit democrático”, explica Europa Laica. Incluso si la
religión católica es algo social, como pude comprobar en la localidad andaluza
que visité esta Semana Santa (donde había más gente en los bares que en las
procesiones), el Estado debe vigilar que la tradición no salpique a la
institución. Tampoco las tradiciones ni las citas sociales deben ser cómplices
del olvido: la Iglesia católica fue cómplice del franquismo y esa memoria ha de
ser conservada. Bastaba con ver avanzar a esos penitentes aterradores (una
pastelería de Cádiz puso un cartel en el escaparate para avisar a los
turistas extranjeros de que, tal y como decíamos, los del
capirote no son miembros del Ku Klux Klan) o a esas mujeres de negro para
evocar los tiempos recientes de nuestra historia en que uno de los principales
canales de acción de la dictadura era la Iglesia católica. Cuando los del
capirote y las de la mantilla pasaron a mi lado pensé en los cursos que la
Iglesia aún imparte para “curar la homosexualidad”.
La
asignatura pendiente del Estado español es su separación de la Iglesia
católica. Laicidad y derechos humanos son conceptos intrínsecamente vinculados,
y solo avanzaremos en esos derechos desde una educación que asuma esa laicidad.
Los cargos públicos no deben fomentar los privilegios eclesiásticos con su
presencia institucional en actos públicos donde haya simbología religiosa. Solo
así avanzaremos hacia el objetivo indispensable para ser una sociedad
verdaderamente democrática y que aspire a la mayor libertad: la derogación de
los Acuerdos de 1979 con el Vaticano. Mientras esos acuerdos sigan vigentes, la
independencia del Estado solo será una quimera. Y los enemigos de la libertad
sacarán sus símbolos a la calle. Parecerá que son solo unos días, parecerá que
es solo un evento social, lo veremos como turistas que apartan ya los peores
temores de la infancia antes de irse a tomar un fino. Pero serán los mismos
símbolos que ocupan colegios y administraciones públicas y que conculcan
nuestra aconfesionalidad. Pura idolatría y fanatismo.
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