lunes, 12 de junio de 2017

- LA MEDALLA A LA VIRGEN DE "KICHI"

La medalla.
Francisco Espinosa.
Historiador y autor de Guerra y represión en el sur de España, entre otras obras.
Por iniciativa de la orden de los dominicos y del PP, y mediante propuesta avalada por seis mil firmas, el ayuntamiento de Cádiz presidido por José María González Santos “Kichi”, del grupo Por Cádiz Sí Se Puede (Podemos), ha decidido recientemente conceder la “medalla de oro” de la ciudad a la virgen del Rosario, patrona de la ciudad desde 1867 y alcaldesa perpetua desde 1967. Conviene señalar que el 24 de este mes de junio, coincidiendo con el 150 aniversario de la designación de la imagen como patrona de la ciudad, tendrá lugar una magna procesión en la que colabora el Ayuntamiento. El único grupo que no apoyó la iniciativa ni en la comisión previa ni en el Pleno fue Ganar Cádiz en Común (IU). Basó su decisión en que, según el reglamento, solo puede otorgarse dicha medalla a personas físicas o jurídicas y no a imágenes o figuras. El resto de los partidos, PP, Podemos, PSOE y Ciudadanos, votaron a favor. Como era de esperar la noticia causó de inmediato polémica por estar relacionada con una opción política, Podemos, que supuestamente apoya el laicismo, por más que el mismo González Santos,  siendo ya alcalde de Cádiz, hubiera llamado la atención al aceptar recibir la medalla de “Hermano de la cofradía del Nazareno”.
En esas estábamos cuando el 28 de mayo apareció en Público un artículo de Juan Carlos Monedero titulado “¡Ahí va, la virgen!” favorable a la decisión del alcalde de Cádiz y en el que puede leerse que “Kichi” es alcalde “de todos los gaditanos”, que “hace bien en escuchar al pueblo” y que es alcalde “sin ayuda de la virgen, porque dios nunca abandona a un buen marxista”. Sin comentarios. Unos días después, el 2 de junio, Teresa Rodríguez, coordinadora de Podemos en Andalucía, declaraba en la SER que “la Semana Santa, la patrona, los símbolos, no son de la Iglesia ni del Estado. Son del pueblo”. Respecto a la extrañeza manifestada por algunos en el asunto de la medalla procedía, según ella, del error que conlleva pensar que “nuestra identidad es diferente a la del pueblo”. Añadía: “Nosotros no somos sectarios. (…). Somos coherentes. Se puede defender esta medalla y reclamar, al mismo tiempo, que la Iglesia pague el IBI”. Finalmente daba dos argumentos para justificar la entrega de la medalla a la virgen: que lo “pedía la gente” y que la semana santa “tiene que ver con la gente”, “trasciende lo religioso” y “tiene que ver con lo que la gente piensa y respira. Y nosotros no somos diferentes del pueblo al que queremos representar”. Otra vez sin comentarios.
Dos días después era Pablo Iglesias el que declaraba al Diario de Cádiz que, pese a sus dudas iniciales, “Kichi” lo convenció: “Me habló del carácter de dignidad popular que significaba esa Virgen y que en una ciudad como Cádiz, con esa tradición anarquista y liberal, esa Virgen, tan vinculada a las cofradías de pescadores, no va unida al conservadurismo como nos podría parecer desde fuera”. Lo mejor sin duda era el final: “Yo creo que Kichi lo ha manejado de una manera muy laica en el sentido de que se trata de una muestra de respeto a los sentimientos populares, demostrando que hay que convivir con distintos pareceres y tradiciones. Los urbanitas de izquierdas tenemos que aprender a respetar esas tradiciones tan arraigadas en el pueblo”.
Si estas ideas vinieran de donde suelen venir habitualmente no hubiera pasado nada. Lo llamativo es que vengan de la izquierda o, más concretamente, de una izquierda de la que podría pensarse que estaba al margen de estas veleidades ideológicas. Los que vivimos la transición recordamos los equilibrios que algunos tuvieron que hacer para conllevar su militancia en partidos de izquierdas con su pertenencia al mundo cofradiero. Solían justificarlo entonces diciendo que eran costumbres paganas. ¿Cómo olvidar aquellas decadentes semanas santas de fines de los años setenta? Parecía que aquello se acababa. Podría haberse apostado entonces por otros rituales cívicos más acordes con la nueva situación, pero era más fácil seguir con lo de siempre y eso es lo que se hizo a partir de 1982.
Por otra parte, con estas ideas justificadoras de la medalla se puede llegar donde uno quiera. Ya se sabe que las palabras lo soportan todo, pero decir que “Kichi” ha manejado la decisión de entregar una medalla a una virgen “de una manera muy laica” pone el listón muy alto. ¿Se puede hacer tal cosa de una manera laica? Lo verdaderamente laico hubiera sido haber respetado el reglamento municipal y rechazado como alcalde la intervención del Ayuntamiento en este asunto, y que a título personal y en privado José María González Santos se hubiera puesto al servicio de los dominicos para lo que gustaran.
Las cuestiones religiosas pertenecen a la esfera privada. Y entre esas cuestiones están incluidas todas las que dependen de la Iglesia por muy populares que sean. Un cofrade podrá ser agnóstico, pero desde el momento en que participa en rituales católicos entra en el ámbito de la Iglesia católica. Es desde la convicción de que la religión y sus ritos pertenecen a la vida privada de cada uno desde la que se reivindican hechos tan simples como que la religión salga de los ámbitos públicos, desde la enseñanza hasta la sanidad pasando por todo tipo de actos del Estado y de la Administración en todos sus niveles. Y es también desde ahí desde donde cabe exigir a las autoridades civiles que dejen de asistir como tales a eventos religiosos. Que vayan privadamente, pero no como cargos públicos.
Dicen que entregan la medalla a la virgen porque son pueblo y respetan las tradiciones populares. Olvidan que hay otro pueblo que va en otra dirección y que no se siente representado en decisiones como esta ni se reconoce en toda la parafernalia que acarrean los rituales católicos, que soportan estoicamente a lo largo de todo el año. Si quieren representar a todo el pueblo deben estar por encima de la cuestión religiosa y de sus manifestaciones. Su deber es atender las necesidades municipales de todo tipo pero sin implicarse en el terreno de las creencias. ¿Qué hace un Ayuntamiento entregando una medalla a una virgen? Suena a lo mismo que cuando el tal Fernández Díaz ministro de Interior hizo otro tanto: suena a reminiscencia franquista, lógica en el caso de Fernández e incomprensible en el caso de un alcalde que se dice de izquierdas. Realizar cesiones en este sentido para no perder votos ya sabemos que tarde o temprano acaba beneficiando a la derecha. El número de firmas da igual. ¿Qué tiene que ver el Ayuntamiento en esto y cómo es posible decidir tal cosa por unos pliegos de firmas?
Por otra parte, como bien sabemos en este país, el concepto de “lo popular” da para mucho. ¿Habrá algo más “popular” que la romería del Rocío? Durante la primera etapa de la II República sirvió para desestabilizar la situación política y para preparar el terreno de cara al golpe de Sanjurjo en el que sería su principal escenario: Sevilla. No puede imaginarse lo “popular” que resultó que una masa alentada por la burguesía agraria con la virgen del Rocío en ristre y con un cura en cabeza ocupara el Ayuntamiento de Almonte tras expulsar y detener a las autoridades. Y es que en España la religión siempre ha constituido un instrumento al servicio de la derecha. Lo fue en el siglo XIX, en el XX y en lo que va del XXI. Iglesia y dictadura fueron una misma cosa y debe dar tal miedo el poder de la primera que nadie desde la transición se ha atrevido a plantar cara a la anómala situación existente. La estrecha relación entre Iglesia y Estado y entre religión y política debe desaparecer, aunque solo sea por las terribles consecuencias que ha tenido en nuestra historia y sin olvidar además que dicha unión ha traído siempre más beneficios a la primera que al segundo. Sería la única forma de superar no ya los brotes anticlericales, cosa del pasado, sino la presión clerical, cosa del pasado y del presente.
En España la Iglesia ocupa un espacio muy superior al que le corresponde. Da igual que su influencia esté en decadencia. Ahí sigue recibiendo miles de millones de todos y pontificando urbi et orbi sobre todo lo que le viene en gana. ¿A quién representan los obispos y la Conferencia Episcopal? ¿Acaso a la sociedad española? Pues bien, esta Iglesia es la misma que controla la semana santa por muy “popular” que esta sea. Pensar que es del pueblo es ignorar que la Iglesia tiene experiencia de siglos en manejar estas cuestiones y sabe cuándo dar más cuerda y cuándo reducirla sin perder nunca el control. Y quien tenga duda que eche un vistazo a los boletines cofradieros.
En cuanto a que los urbanitas de izquierdas debemos aprender a respetar las tradiciones hay que decir que dichos urbanitas estamos hartos de soportar “tan arraigadas tradiciones”: hartos de ensayos y de procesiones sin fin, de cohetes, de interminables toques de campanas, de cornetas y tambores, de alardes eclesiástico-populares de todo tipo e incluso de actos y celebraciones en lugares públicos que recuerdan a las “misiones interiores” de los años cuarenta. Porque para la Iglesia, cuyo victimismo no tiene límites, no existen los espacios cívicos. La calle es suya. Todo es suyo.
José María González Santos “Kichi” decidió cambiar el retrato de rey que presidía su despacho por el de Fermín Salvochea. La prensa resaltó el gesto al igual que su participación anterior en una comparsa de carnaval en la que se decía: “Si yo fuera alcalde de Cádiz sería un alcalde como Salvochea”. Pero no es tan fácil. Este, alcalde de la ciudad durante la I República (1873-1874), fue un firme partidario de la separación Iglesia/Estado. En su primer año como alcalde suprimió las fiestas religiosas sustituyéndolas por fiestas cívicas, cambió los nombres de santos que tenían las escuelas municipales por los de principios y virtudes, y sustituyó la enseñanza religiosa por clases de moral universal. Algunos escritos suyos harían que aún hoy cayese sobre él la “ley mordaza”. Me pregunto qué pensaría Salvochea, que mantenía que el Ayuntamiento debía mantenerse ajeno a toda religión, de la entrega de la medalla a una virgen por parte de un alcalde de izquierdas. Lo que es seguro es que la curia y la derecha gaditana verán con agrado que la pasión que el actual alcalde de Cádiz siente por Salvochea se limite a tener su retrato en su despacho.

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