El señor Francisco Franco, el pucherazo del 36 y la democracia acomplejada.
Nuestros políticos democráticos han tardado 41 años en decidir que
Franco, el sátrapa genocida, no puede estar enterrado con los honores de
un faraón y que las víctimas merecen salir de las cunetas
El Parlamento exigirá al Gobierno que saque del
Valle de los Caídos los restos mortales del dictador. Igualmente
decidirá que se establezca el 11 de noviembre como día de homenaje a las
víctimas del franquismo y planteará, entre otras medidas, la necesidad
de que la Administración colabore en la localización y exhumación de las
fosas en que yacen más de 100.000 hombres y mujeres asesinados por la
dictadura. Si fuéramos vírgenes e ingenuos y no tuviéramos memoria, hoy
estaríamos celebrando por todo lo alto las decisiones debatidas este
martes por el Congreso de los Diputados, para reactivar la Ley de
Memoria Histórica, que a pesar de las diferencias que existen entre los
grupos de izquierda todo apunta que se aprobarán este jueves.
Si lo fuéramos, no daríamos importancia a la fecha en que se ha
producido este debate: mayo de 2017. Sí; nuestros políticos democráticos
han tardado 41 años en decidir que Franco, el sátrapa genocida, no
puede estar enterrado con los honores de un faraón; han tenido que pasar
cuatro décadas para darse cuenta de que las víctimas merecen salir de
las cunetas en que siguen enterradas como si fueran perros.
Si lo fuéramos, no analizaríamos el porqué de la
negativa del Partido Popular a apoyar esta iniciativa. No nos
preguntaríamos las razones por las que su portavoz en el debate
parlamentario buscó mil y una excusas, hasta llegar a Stalin y a
Venezuela, para oponerse a la propuesta. No nos rechinarían los dientes
al escuchar a Alicia Sánchez Camacho eludir la palabra dictador y
preferir referirse a él como "el señor Francisco Franco". No nos
indignaría comprobar cómo la formación política que nos gobierna se
niega a liberarse de sus vínculos con el franquismo. No nos
avergonzaríamos de que, con su voto y su discurso, el partido con más
apoyo popular en España reafirme su distancia con la derecha europea
representada por Angela Merkel y se sitúe a un paso de las tesis
revisionistas del Frente Nacional o de Alianza por Alemania. Apenas hay
diferencias entre quienes cuestionan la existencia de las cámaras de gas
y los que niegan el carácter totalitario y criminal del régimen
franquista. El discurso del PP suena igual que el de historiadores
condenados por su infame blanqueo del nazismo como David Irving.
Si lo fuéramos, no recordaríamos que este tipo de decisiones suelen
quedarse en un llamativo titular y una bonita fotografía. Por poner solo
un ejemplo de esos fuegos artificiales que tanto gustan a nuestros
políticos: hace ya dos años que el Congreso de los Diputados aprobó por
unanimidad reconocer y homenajear a los 9.300 españoles y españolas que
fueron deportados a campos de concentración nazis. 24 meses después no
se ha cumplido este mandato; el Gobierno se ha declarado insumiso y la
oposición no ha ejercido su papel de recordarle, diariamente, su
repugnante incumplimiento.
Si lo fuéramos,
preferiríamos olvidar que Felipe González tuvo 15 años para desmantelar
los vestigios de la dictadura y no quiso hacerlo. Tres mayorías
absolutas consecutivas en las que no se atrevió a sacar al dictador de
su mausoleo ni a dar un entierro digno, entre otros, a sus compañeros
socialistas que habían muerto por defender la democracia republicana
frente al eje Franco-Hitler-Mussolini. El gran Felipe estaba en otras
cosas, sin duda importantes, y no le pareció relevante que como país,
realizáramos una revisión histórica rigurosa que habría acabado, de una
vez por todas, con la historiografía franquista que aún contamina los
libros de texto que estudian nuestros hijos.
Si lo
fuéramos, ignoraríamos que Zapatero permitió a la parte más conservadora
de su partido descafeinar su Ley de Memoria Histórica y olvidaríamos
que tuvo siete años para llevar a cabo las iniciativas que ahora plantea
desde la oposición. Si lo fuéramos, no nos vendría a la cabeza la casi
lasciva satisfacción que emanaba Mariano Rajoy al explicar orgulloso que
su Gobierno había asesinado y enterrado la Ley en otra cuneta, al
dotarla de un presupuesto anual de cero euros.
Para
nuestra suerte o nuestra desgracia no somos vírgenes, ingenuos ni
desmemoriados. Vemos cada día el letal fruto de la cobardía y los
complejos con que los políticos demócratas han abordado este tema
durante los últimos cuarenta años. Esa es la razón por la que hoy
vivimos un auge del revisionismo franquista. El negacionismo de nuestro
Holocausto viaja a través de Internet, contamina ondas de radio y
televisión y alcanza las portadas de los periódicos de papel. Basta con
que unos supuestos historiadores se quiten momentáneamente sus camisas
azules y escriban un libro repleto de falsedades y medias verdades para
que el producto consiga calar en la sociedad.
Así ocurrió recientemente con 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular
en el que Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa legitiman el golpe de
Estado franquista demostrando un supuesto pucherazo electoral de la
izquierda en las elecciones de febrero del 36. Sin cuestionarse
mínimamente el sesgo que ya habían demostrado los autores en obras
anteriores, ni contrastar sus conclusiones con otros historiadores de,
estos sí, reconocido rigor y prestigio, numerosos medios dieron por
buenas sus tesis y las reprodujeron como si de verdades absolutas se
tratara. Dos meses después, tras analizar detalladamente la obra, el
catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Barcelona José
Luis Martín Ramos la ha desmontado punto por punto en Público.
Lamentablemente, su estudio no llegará a las portadas y los espacios
que, por mala fe o por pura ignorancia de los periodistas de turno, copó
el sesgado relato de Villa y Tardío.
No será la
última vez que ocurran cosas similares. La democracia acomplejada ha
permitido que varias generaciones de españoles crecieran en la
ignorancia, cuando no en la tergiversación franquista, de nuestra
historia reciente. Nuestros políticos socialistas, centristas y
comunistas han tolerado que uno de los lugares turísticos de la capital
del Reino sea la tumba de un criminal que secuestró nuestras libertades
durante 40 años. Nuestro régimen de libertades no ha querido evitar que
se siga equiparando a víctimas y a verdugos.
El
terreno está abonado, pues, para que el revisionismo franquista siga
creciendo hasta el infinito y más allá. Lo hará si no arrancamos de
cuajo sus raíces. Podríamos pensar que la iniciativa debatida este
martes en el Congreso de los Diputados es un paso decisivo para realizar
esa poda sanadora con unas tijeras de democracia, cultura y verdad.
Podríamos pensarlo… si fuéramos vírgenes e ingenuos y no tuviéramos
memoria.
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