miércoles, 15 de junio de 2016

- UN DEBATE DE IDEAS FIJAS PARA INDECISOS.

     Se trataba (desgraciadamente) del único debate entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del Gobierno en esta (re)campaña electoral. Era tan importante no cometer un error grave como lograr que tropezara el adversario directo. Y si algo quedó claro tras dos horas y veinte minutos de discusión (bastante caótica) fue precisamente eso: a quién considera cada cual que aún puede disputar votantes indecisos. Rajoy a Rivera y viceversa; Sánchez a Iglesias y al revés. Con estrategias muy diferentes cuya eficacia no será demostrable hasta el mismo 26-J. Pero con unas cuantas ideas fijas y momentos clave que marcaron un debate más bien decepcionante en fondo y forma.

La idea fija de Mariano Rajoy no contenía sorpresas. Relato simple y repetido durante casi cinco años: nos encontramos una España al borde de la quiebra, evitamos el rescate, ya hemos pasado lo peor y ahora prometemos crear dos millones de puestos de trabajo en cuatro años. La culpa de todos los males es de la herencia recibida, y cualquier mínima luz de esperanza en el futuro es mérito del PP. El mantra se completa con un racimo de obviedades a caballo entre el refranero y la charla entre cuñados: "gobernar es muy difícil", "España es un gran país", "hemos hecho cosas buenas", "una cosa es hablar y otra dar trigo"... Iba Rajoy preparado a recibir caña desde los otros tres atriles sin descomponer el gesto, y sólo se percibió que flaqueaba en el capítulo de corrupción, especialmente cuando Albert Rivera le fue mostrando portadas con episodios inolvidables sobre Bárcenas, los sobresueldos del propio Rajoy, el uso de dinero negro en la sede nacional del PP, etcétera. Resultó entre chusca y patética la respuesta del presidente en funciones, que intentó devolver el golpe a Rivera recordándole que él mismo confesó ante Jordi Évole que alguna vez había "pagado en negro". Feo, pero es como comparar a un caco con un asesino en serie.

La idea fija de Pedro Sánchez fue acusar a Pablo Iglesias de haber impedido "un gobierno progresista" al votar contra el pacto entre PSOE y Ciudadanos. Criticó, por supuesto, a Rajoy y sus políticas, pero repitió siempre que venía a cuento, y a veces aunque no viniera, un mensaje monocorde: "los extremos bloquearon un gobierno de progreso". Buscaba Sánchez el cuerpo a cuerpo con Iglesias con más insistencia que con el presidente en funciones, y apenas hubo el menor roce con Rivera. Hasta la ubicación física en el plató, con Rajoy en un extremo, Iglesias en el otro y Sánchez y Rivera en el centro ayudó a visualizar ese reparto de papeles. Las urnas despejarán la incógnita de si Sánchez ha cometido un error de bulto al renunciar al rol que aún le correspondería como líder de la primera fuerza parlamentaria de oposición para volcarse en la disputa del voto de la izquierda con Podemos. Descartó votar a Rajoy en una investidura, pero no quiso Sánchez responder al envite directo de Iglesias cuando este lo emplazó a aclarar a quién apoyaría si se diera la tesitura: a un gobierno del PP y Ciudadanos o a un gobierno de Unidos Podemos y PSOE. Prefirió descartar ese escenario y reivindicar la"necesidad de un PSOE fuerte". Mantiene por tanto el riesgo que supone cierta ambigüedad sobre los pactos frente a la apuesta clara de Rajoy por una gran coalición, de Rivera por alguna variación de la misma y de Iglesias por un pacto de izquierdas.

La idea fija de Pablo Iglesias fue ejercer el rol que le adjudican las encuestas como principal alternativa a Rajoy y mostrar la "mano tendida" al PSOE para un gobierno de izquierdas. Y los demás le ayudaron a reforzar esa imagen. Si a ratos eran Sánchez, Iglesias y Rivera los que acumulaban las críticas a la gestión de Rajoy, también se sucedían los ataques simultáneos de Rajoy, Sánchez y Rivera contra Podemos. Pero especialmente le ayudó la citada idea fija de Sánchez, que permitió a Iglesias repetir una y otra vez "Pedro, no soy yo el rival, es Rajoy". No estuvo especialmente brillante ni emotivo Iglesias, pero sí solvente en el manejo de datos sobre economía y desigualdad, citando fuentes irreprochables como la OCDE, el INE o la Fundación BBVA para basar la descripción de los efectos de las políticas de recortes en la población o la realidad de un empleo precario. Emplazado también a definir si mantendrá o no como irrenunciable la defensa de un referéndum en Cataluña, Iglesias descartó cualquier "línea roja". Ante el insistente aviso de Rajoy sobre los riesgos de la "inexperiencia", el candidato de Podemos sacó pecho del primer año de gobierno de sus alianzas en Madrid y Barcelona.

La idea fija de Albert Rivera fue ser más duro con Iglesias que el propio Rajoy y más duro con Rajoy que el propio Pedro Sánchez. Buscaba evidentemente captar indecisos que dudan entre el PP y Ciudadanos, y logró protagonizar los dos momentos más tensos del debate, uno al reclamar a Rajoy que asuma la responsabilidad por la corrupción y se retire y el otro al acusar directamente a Iglesias de recibir financiación de Venezuela y de "tener 11 millones de deuda con los bancos", en referencia al endeudamiento de Izquierda Unida. Sacó de quicio a Rajoy e indignó a Iglesias, que le acusó de mentir y le recordó que el Tribunal Supremo ha archivado cinco veces denuncias relacionadas con los pagos del gobierno venezolano a la fundación CEPS. A diferencia del debate de diciembre, cuando Iglesias y Rivera establecían guiños de complicidad entre partidos "nuevos" frente a los "viejos", este lunes se ha visibilizado un regreso a la lógica de la ideología, de modo que ni siquiera en el capítulo de regeneración democrática se percibió sintonía. Era prioritario el intento de arañar indecisos con cada inmediato adversario, en la derecha y en la izquierda.

Pertenece a cualquier manual de comunicación política el empleo de ideas-fuerza o ejes discursivos sencillos y capaces de conectar con el electorado al que se dirigen. Pero el hecho de ser este el único debate de esta (re)campaña, a los pocos días de conocerse que el número de indecisos aún representa un 32,4 % de quienes dicen que van a votar, había despertado unas expectativas que difícilmente habrán sido satisfechas. Tampoco ha ayudado una puesta en escena con tres presentadores que intervinieron más para dar cuenta del minutado que para repreguntar cuestiones concretas, cubrir numerosas lagunas de contenidos e introducir tensión en lo que (salvo momentos puntuales) fue más una sucesión de monólogos. Es posible que el número de indecisos se haya reducido, pero tampoco es descartable que el debate haga subir la abstención.

Jesús Maraña.

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