Se
trataba (desgraciadamente) del único
debate entre los cuatro principales candidatos
a
la presidencia del Gobierno en esta (re)campaña electoral. Era tan
importante no cometer un error grave como lograr que tropezara el
adversario directo. Y si algo quedó claro tras dos horas y veinte
minutos de discusión (bastante caótica) fue precisamente eso: a
quién considera cada cual que aún puede
disputar
votantes indecisos.
Rajoy
a Rivera y viceversa; Sánchez a Iglesias y al revés.
Con estrategias muy diferentes cuya eficacia no será demostrable
hasta el mismo 26-J. Pero con unas
cuantas ideas fijas y momentos clave que
marcaron un debate más bien decepcionante en fondo y forma.
–La
idea fija de Mariano Rajoy no contenía sorpresas.
Relato simple y repetido durante casi cinco años: nos encontramos
una España al borde de la quiebra, evitamos el rescate, ya hemos
pasado lo peor y ahora prometemos crear
dos millones de puestos de trabajo en
cuatro años. La culpa de todos los males es de la herencia recibida,
y cualquier mínima luz de esperanza en el futuro es mérito del PP.
El mantra se completa con un
racimo de obviedades a caballo entre el refranero y la charla entre
cuñados:
"gobernar es muy difícil", "España es un gran país",
"hemos hecho cosas buenas", "una cosa es hablar y otra
dar trigo"... Iba Rajoy preparado a recibir caña desde los
otros tres atriles sin descomponer el gesto, y sólo
se percibió que flaqueaba en el capítulo de corrupción,
especialmente cuando Albert Rivera le fue mostrando portadas con
episodios
inolvidables sobre Bárcenas, los sobresueldos del propio Rajoy, el
uso de dinero negro en
la sede nacional del PP, etcétera. Resultó entre chusca y patética
la respuesta del presidente en funciones, que intentó devolver el
golpe a Rivera recordándole que él mismo confesó ante Jordi Évole
que alguna vez había "pagado en negro". Feo, pero es como
comparar a un caco con un asesino en serie.
– La
idea fija de Pedro Sánchez fue acusar a Pablo Iglesias de haber
impedido "un gobierno progresista" al
votar contra el pacto entre PSOE y Ciudadanos. Criticó, por
supuesto, a Rajoy y sus políticas, pero repitió siempre que venía
a cuento, y a veces aunque no viniera, un mensaje monocorde: "los
extremos bloquearon un gobierno de progreso".
Buscaba Sánchez el cuerpo a cuerpo con Iglesias con más insistencia
que con el presidente en funciones, y apenas hubo el menor roce con
Rivera. Hasta la ubicación física en el plató, con Rajoy en un
extremo, Iglesias en el otro y Sánchez y Rivera en el centro ayudó
a visualizar ese reparto de papeles. Las urnas despejarán la
incógnita de si Sánchez ha cometido un error de bulto al renunciar
al rol que aún le correspondería como líder de la primera fuerza
parlamentaria de oposición para volcarse
en la disputa del voto de la izquierda con Podemos.
Descartó votar a Rajoy en una investidura, pero no quiso Sánchez
responder al envite directo de Iglesias cuando este lo emplazó a
aclarar a quién apoyaría si se diera la tesitura: a
un gobierno del PP y Ciudadanos o a un gobierno de Unidos Podemos y
PSOE.
Prefirió descartar ese escenario y reivindicar la"necesidad
de un PSOE fuerte".
Mantiene por tanto el riesgo que supone cierta ambigüedad sobre los
pactos frente a la apuesta clara de Rajoy por una gran coalición, de
Rivera por alguna variación de la misma y de Iglesias por un pacto
de izquierdas.
–La
idea fija de Pablo Iglesias fue ejercer el rol que le adjudican las
encuestas como
principal alternativa a Rajoy y mostrar la "mano
tendida" al PSOE para un gobierno de izquierdas.
Y los demás le ayudaron a reforzar esa imagen. Si a ratos eran
Sánchez, Iglesias y Rivera los que acumulaban las críticas a la
gestión de Rajoy, también se sucedían los ataques
simultáneos de Rajoy, Sánchez y Rivera contra Podemos.
Pero especialmente le ayudó la citada idea fija de Sánchez, que
permitió a Iglesias repetir una y otra vez "Pedro,
no soy yo el rival, es Rajoy".
No estuvo especialmente brillante ni emotivo Iglesias, pero sí
solvente en el manejo de datos sobre economía y desigualdad, citando
fuentes irreprochables como la OCDE, el INE o la Fundación BBVA para
basar la descripción de los efectos de las políticas de recortes en
la población o la realidad de un empleo precario. Emplazado también
a definir si mantendrá o no como irrenunciable la defensa de un
referéndum en Cataluña, Iglesias
descartó cualquier "línea roja".
Ante el insistente aviso de Rajoy sobre los riesgos de la
"inexperiencia", el candidato de Podemos sacó pecho del
primer año de gobierno de sus alianzas en Madrid y Barcelona.
– La
idea fija de Albert Rivera fue ser más duro con Iglesias que el
propio Rajoy y más duro con Rajoy que el propio Pedro Sánchez.
Buscaba evidentemente captar indecisos que dudan entre el PP y
Ciudadanos, y logró protagonizar los dos momentos más tensos del
debate, uno al reclamar a Rajoy que asuma la responsabilidad por la
corrupción y se retire y el otro al acusar directamente a Iglesias
de recibir financiación de Venezuela y de "tener 11 millones de
deuda con los bancos", en referencia al endeudamiento de
Izquierda Unida. Sacó
de quicio a Rajoy e indignó a Iglesias,
que le acusó de mentir y le recordó que el Tribunal Supremo ha
archivado cinco veces denuncias relacionadas con los pagos del
gobierno venezolano a la fundación CEPS. A diferencia del debate de
diciembre, cuando Iglesias y Rivera establecían guiños de
complicidad entre partidos "nuevos" frente a los "viejos",
este lunes se
ha visibilizado un regreso a la lógica de la ideología,
de modo que ni siquiera en el capítulo de regeneración democrática
se percibió sintonía. Era prioritario el intento de arañar
indecisos con cada inmediato adversario, en la derecha y en la
izquierda.
Pertenece
a cualquier manual de comunicación política el empleo de
ideas-fuerza o ejes discursivos sencillos y capaces de conectar con
el electorado al que se dirigen. Pero el hecho de ser este el único
debate de esta (re)campaña, a los pocos días de conocerse que el
número de indecisos aún
representa un 32,4 % de
quienes dicen que van a votar, había despertado unas expectativas
que difícilmente habrán sido satisfechas. Tampoco ha ayudado una
puesta en escena con tres presentadores que
intervinieron más para dar cuenta del minutado que para repreguntar
cuestiones concretas, cubrir numerosas lagunas de contenidos e
introducir tensión en lo que (salvo momentos puntuales) fue
más una sucesión de monólogos.
Es posible que el número de indecisos se haya reducido, pero tampoco
es descartable que el debate haga subir la abstención.
Jesús
Maraña.
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