El objetivo prioritario debería ser echar al PP del Gobierno.
España no va a salir del agujero sin acabar con la alianza que existe entre ese poder económico y el Gobierno del PP.
Rajoy, a su llegada al último Congreso de Economía Familiar.
El momento político español está marcado por tres elementos: el ascenso de Podemos, la crisis catalana y el deterioro creciente y seguramente imparable del PP. Los tres están muy interrelacionados, son también causas y efectos de los demás y todo indica que lo seguirán siendo en el inmediato futuro. Pero posiblemente el más determinante, el que más claramente podría provocar un cambio del escenario político es el camino hacia el desastre, y quien sabe si hacia la descomposición interna, que ha iniciado el PP.
Empieza a haber demasiados indicios de que esa marcha es imparable. Porque el PP parece incapaz de hacer frente a ninguno de los problemas que le aquejan y porque no se vislumbra de donde podría sacar recursos milagrosos para hacerlo. Ya ha entrado en la fase, de tan tristes recuerdos para el PSOE, en la que propios y extraños no muy lejanos creen que la solución es echar a Mariano Rajoy. Pero esa idea, más que un remedio, es sólo un síntoma de hasta qué punto la situación empieza a ser dramática dentro del partido. Porque indica el líder está perdiendo la confianza de los suyos, tras haber perdido en medida abrumadora la de la gente. Y eso, más pronto o más tarde, terminará en una crisis de resultados imprevisibles.
Sin embargo, ahí no puede radicar la solución en un partido como el PP. En una formación de otro tipo, en la que existieran fuertes corrientes organizadas, el relevo en el mando de una por otra podría darle nuevos bríos. Pero en el Partido Popular no hay nada de eso. Todo lo contrario. El principal esfuerzo de Mariano Rajoy, su gran prioridad desde que fracasó en las elecciones de 2004, que renovó tras la derrota de 2008 y que explica no pocas de sus decisiones políticas como jefe del gobierno, ha sido la de la anular las maniobras que se han venido orquestando para echarle, la de buscar apoyos para sobrevivir.
Está claro que lo ha conseguido. Y ese es su mayor mérito. Aunque el precio que los demás hemos tenido que pagar por ello no es precisamente pequeño. Consiguió el apoyo de la iglesia católica a cambio de la ley del aborto y de las reformas de la enseñanza de Wert. Obtuvo el plácet de la banca y de las grandes empresas a cambio de una política económica y fiscal y de unas reformas que a éstas les han venido muy bien pero que no han ayudado a mejorar las terribles condiciones que sufren buena parte de los españoles. Se puso a los pies de Angela Merkel y ha venido aplicando sin rechistar sus órdenes con tal de evitar que Berlín pudiera criticarle lo más mínimo y también para que, muy de vez en cuando, la canciller, hiciera algún elogio a su gestión. Ha hecho barbaridades con Cataluña para tranquilizar a los centralistas de su partido.
Pero, además de todo eso, donde más intensamente Rajoy ha trabajado por su supervivencia ha sido dentro del PP. Pactando con quien fuera, desde el valenciano Camps hasta Bárcenas, para reforzarse frente a sus rivales. Tampoco cabe despreciar sus esfuerzos para tener de su lado, o no enfrente, a los grandes medios de comunicación, desde las televisiones privadas a los grandes diarios como El Mundo, El País o La Vanguardia. Unos esfuerzos que, por cierto, han sido gestionados eficazmente por la misma Soraya Saenz de Santamaría que hoy se dice que podría sustituirle.
El resultado de esa larga tarea es que hoy el PP y todo el entramado de poder de la derecha está, de una u otra manera, vinculado a Rajoy, salvo algunos islotes que se están hundiendo, como el de Esperanza Aguirre en Madrid. Pero, al tiempo, las concesiones que Rajoy ha hecho a unos y a otros a cambio de esa vinculación han generado una situación en la que cada uno se cree con derecho a actuar por su cuenta. Es decir, que Rajoy manda mucho, pero cada día le cuesta más que se apliquen sus instrucciones. La reacción frente a los episodios de corrupción es el ejemplo más claro de ello. Ante eso, la reacción de Rajoy es no dar orden alguna y limitarse a pedir perdón.
De esa situación se puede derivar un proceso de descomposición interna. Pero, paradójicamente, esa caótica estructura de poder impide o hace muy difícil orquestar una maniobra para sustituir al líder. Rajoy ha deshecho las bases potenciales para que eso pueda ocurrir. Salvo que él mismo decida marcharse, el caos que produciría cualquier maniobra para echarle tendría consecuencias electorales aún peores que las que pronostican los sondeos con él a la cabeza.
De ahí que no sea descartable la hipótesis de un adelanto electoral, haciendo coincidir las generales con las municipales y autonómicas y, a menos que él mismo se quiera quitar de en medio, con Rajoy a la cabeza de la lista del PP. Sobre todo, porque es cada vez más impensable que el PP vaya a poder soportar un año largo de deterioro como el que está sufriendo y asistiendo impávido, además, al ascenso de Podemos. Otra posibilidad es que Rajoy diera un golpe de timón. Que replanteara su política económica y fiscal en la dirección del crecimiento, que aumentara el gasto social y la inversión pública, que levantara la voz en Bruselas, que reorientara su desastrosa gestión de la crisis catalana, que hiciera algo creíble contra la corrupción en su partido.
Pero nada de eso parece posible. Que no vaya a mandar a la policía, según parece, para impedir que la gente vote este domingo, aparte de una contradicción flagrante con todo lo que antes ha venido haciendo al respecto –y que puede costarle algún disgusto con los más duros de los suyos- no constituye un cambio de su política catalana. Y de lo que los que mandan le van a dejar a hacer en la economía habla bien a las claras la propuesta que acaban de hacer las mayores empresas, el Consejo Empresarial para la Competitividad, para crecer y reducir el paro: recortar 30.000 millones más el gasto público, más flexibilidad laboral, rebajas fiscales en las empresas y más inspectores de hacienda y de trabajo para reducir el fraude fiscal y la economía sumergida. O sea, más de lo mismo, aunque lo mismo no haya valido para nada en 6 años.
Es patético que el poder económico español sólo sea capaz de parir algo tan pobre. Y confirma que la mediocridad impera también en ese ámbito. Ese documento es un motivo adicional para comprender que España no va a salir del agujero sin acabar con la alianza que existe entre ese poder económico y el gobierno del PP. Y, hoy por hoy, eso sólo puede hacerse mandando al partido de Rajoy a la oposición. Esa debería ser la tarea prioritaria. Para Podemos, para el PSOE y también para IU.
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