El Rey que viene tiene hasta carrera universitaria, una titulación desconocida en la estirpe real española.
Va a ser difícil sobrevivir a esta avalancha de adulaciones, a este oleaje de alabanzas, a este vendaval de loas que compiten por ensalzar las bondades del que se marcha y las cualidades del que llega. ¡Y no ha pasado siquiera una semana! Me temo lo peor porque quedan por recorrer unas semanas de paseo triunfal, sin contar los editoriales, los informativos, las imágenes y las alabanzas guardadas para los días posteriores a la entronización.
El Rey que se va es “el que trajo la democracia”, sin “el cual no habría libertad en este país” y al que le debemos incluso nuestro derecho a escribir estas modestas líneas. “Sin ti no soy nada” proclaman editoriales, declaraciones humedecidas que consideran la palabra “gracias” escasa y torpe y se ven obligados a reforzarla, amplificarla, repetirla. El Rey que viene está “muy preparado”, “muy preparado”, “muy preparado”. Tiene hasta carrera universitaria, una titulación desconocida en la estirpe real española, aunque tampoco es para ponerse así. A fin de cuentas, el 29% de los españoles entre los 25 y los 60 años la tiene. Pero está “muy preparado”, una frase que suena a antigua, a alabanza pronunciada por las viejas de un pueblo ante un yerno interesante. La princesa Letizia también “está muy preparada”, “renunció a una brillante carrera por amor” y es “tan sencilla que luce a veces alguna prenda o complemento de Zara”. La ola cortesana ha llegado a los pies incluso de la infanta Leonor, una niña de tan solo ocho años, de la que ya se destacan sus cualidades y se anuncia que, a partir del próximo mes, jugará un papel público importante. ¡Por Dios, que hablamos de una niña y no de un artefacto político!
Casi todo el espacio informativo se ha convertido en una revista Hola gigantesca, cargado de fotos de encuentros, guiños, saludos y primeras ocasiones, en un marco muy de “España cañí”, (que yo que ellos me lo hacía revisar, sobre todo por el valor simbólico de la institución, ¿no?) entre uniformes militares y corridas de toros. Mientras, los republicanos (e incluso los tibios o los indiferentes a la seducción monárquica) son arrojados informativamente al infierno o al purgatorio donde se pagan los errores conceptuales. Es posible que el domingo pasado se acostaran siendo personas normales, pero el lunes se levantaron siendo unos “izquierdistas radicales” contrarios al “orden constitucional” y “profundamente equivocados”. Según Torres Dulce, ni siquiera existen, porque lo que no está escrito, negro sobre blanco en la Constitución, “no puede ser y es imposible”.
Es lo que tiene el bipartidismo, que aparte de sus consideraciones políticas, es tremendamente aburrido y pelotillero. El republicanismo no se está combatiendo con argumentos sino con una ola de plurales mayestáticos, de aplausos atronadores y de alabanzas corales. Columnistas de afilada lengua y acerbas palabras, se dulcifican como corderos ante la sacrosanta institución, redescubren las ventajas de “un pacto constitucional” que todo lo cura y todo lo espanta e incluso reparten carnés de lealtad a sus acérrimos enemigos que hoy los acompañan.
Como todo guiso, la coronación del nuevo Rey tiene que tener su punto justo de cocción, pero están tan felices con el redescubrimiento de esta gran mayoría, y pasaron tan mal trago la noche electoral del 25 de mayo, que se les está yendo la mano en el azúcar y en el tiempo de cocción. Las viejas formas de la política que consisten en despreciar las opiniones diferentes y crucificar a quien las mantienen, vuelven al escenario, con Mariano Rajoy de maestro de ceremonias, presunto jefe de la Casa Real, y director in pectore de todo el proceso sucesorio. Gravísimo error.
Están ufanos de haber encontrado una razón de ser al bipartidismo (más UPyD) y pasar de un escuálido 50% en las elecciones a un 90% de la votación parlamentaria. No vamos a saber cuántos republicanos existen en nuestro país pero, sin duda, son muchos más de los que reflejará la votación parlamentaria. Sería bueno que tomen nota de ello y que muestren más sensibilidad ante la situación de descrédito de todas las instituciones. No va a ser con dogmatismos y con halagos como se prestigie esta nueva etapa. La corte de pelotilleros y las colas de aduladores tienen sus propios intereses. No le vaya a suceder al nuevo monarca como al atleta griego que murió asfixiado por la infinidad de pétalos de rosa que le lanzaron en su recibimiento. Un poco más de inteligencia, de espíritu democrático y crítico, de respeto a la pluralidad de la sociedad. Una breve tregua, al menos, para poder respirar.
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