El PP y el mantra de Andalucía.
El Partido Popular habla de Andalucía como los amantes despechados ponen a parir a la niña de sus ojos porque su oscuro objeto de deseo no siente lo mismo y no hace más que devolverles las sortijas de compromiso electoral y las cajitas de bombones envenenados.
Del amor al odio, como bien saben los boleros, no hay distancia y los conservadores españoles ensayan desde antiguo el mantra de Andalucía con el requiebro inverso de quien pretende arrojar flores a su amada pero con macetas para que lleguen con rapidez. Quizá el primero en abrir la veda fuera en su día Fernando Sánchez Dragó, cuando la ruta de Gargoris y Habidis le llevó sorprendentemente hacia el camino zen de José María Aznar: hablaba el heterodoxo comunicador del pesebre andaluz con esa cierta soberbia de quien entiende que al PSOE de Andalucía le votan a cambio de un bocadillo de mortadela. Desde entonces, han sido numerosas voces las que se han alzado contra esa supuesta Andalucía esclavizada a un régimen que sorprendentemente renueva sus votos electorales con similar periodicidad y garantías a la del resto de territorios del Estado.
Se puede aceptar que Esperanza Aguirre se confunda y diga que Andalucía tiene nueve provincias pero no que compare a los andaluces con las gallinas, que a su juicio se dejan engatusar por los socialistas cuando les dicen “pitas, pitas, pitas” con dinero público. En ese retablillo de agravios andaluces, lo mismo hay que sumar a la diputada conservadora Montserrat Nebrera que se burlaba en Cataluña del habla vertiginosa de Magdalena Alvárez o aquella vez en que Ana Mato caricaturizaba a los escolares andaluces arrellanados en el suelo del aula y sin pupitre que les valiese. Buena parte de ese via crucis andaluz del Partido Popular y similares lo ha compilado Antonio Ramos Espejo en un excelente ensayo titulado “Andalucía, de vuelta y media”. Un lugar común que en cierta manera reproduce el de algunos iconos culturales al uso como el del anti-flamenquismo, desde Eugenio D´Ors a Vicente Molina Foix y que se trasladan con cierta frecuencia a la escena política como cuando Alberto Ruiz Gallardón proclamó, no hace mucho, que lo que define a Andalucía es el paro y los Eres falsos. Esa teoría de Andalucía, que guarda cierta relación con la de José Ortega y Gassett, se remonta al regeneracionismo español pero, mucho más reciente, a la propia transición y al referéndum del 28-F. También en aquel caso, la UCD –que entonces representaba fundamentalmente a la derecha moderada de este país—jugó a garabatear un boceto andaluz que no se parecía a su realidad sino a la que dicha coalición pretendía domesticar como un mimoso gatito que no se enfurruñara por quedar relegado a un segundo plano respecto a Cataluña, País Vasco, Navarra y Galicia. Entonces nos mandaron a Lauren Postigo, pero ignoro si sería justo decir que en los años siguientes han ido subiendo el nivel intelectual.
Si no puedes conquistar el corazón democrático del sur de Despeñaperros, parecen entender los populares de hoy, olvídate de mimar a esa tierra y ponla a parir de un burro, con la altanería melancólica de los despechados. Ahora, Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, ha dado en decir que no quieren que Europa se parezca a Andalucía, como si fueran comparables el Rhin y el Guadalquivir, Gustav Mahler o Manuel Torre, el gótico flamígero y Pablo Ruiz Picasso. Mal asunto que arremeta contra Andalucía el presidente de una autonomía, la de Madrid, que sería tan inexplicable sin los andaluces como las listas de su partido en las elecciones europeas sin la presencia de su primer candidato, Miguel Arias, que también es andaluz. Si no quiere el señor González que Europa se parezca a Andalucía; ¿porque no traslada su controvertido apartamento de la Costa del Sol al valle de las landas, a la humedad del Támesis o a las brumas de Rotterdam?
Doy por seguro que los primeros en enojarse con esas chanzas andaluzas de Génova, Moncloa y gobiernos regionales, son los propios electores y simpatizantes del Partido Popular, que aplauden desde luego las críticas hacia el bipartito que gobierna la Junta de Andalucía, pero que no entienden como la torpeza puede generalizar semejantes invectivas a toda una realidad nacional cuyos votos pretenden captar a toda costa. ¿De qué lado se ponen los dirigentes del PP andaluz? El protocolo habitual en estos casos ya tan habituales pasa porque estos, en vez de desautorizar a quienes usan en vano el nombre de esta tierra, pretenden justificarles con el conocido estribillo de que se sacan las frases de contexto y de que no se trata de una crítica a toda Andalucía sino a su gobierno. Una vez, de acuerdo. Dos, puede ser. En tres, en treinta o en trescientas ocasiones, ya no cabe descontextualización alguna.
En el caso de ese tal González se refería, al parecer, a que Andalucía estaba plagada de hordas de bandoleros que asaltaban supermercados, ocupaban viviendas vacías o estas se repartían al socaire del amiguismo. ¿Algún andaluz se atrevería a confundir a la capital de la gloria y de la movida con su gobierno autonómico cuando este saquea el sistema de salud y la enseñanza pública, o con la sede madrileña del Gobierno central que ha dado una patada en la puerta de los presupuestos públicos para refinanciar los beneficios privados de algunos bancos y cajas, con la complicidad de los bandoleros del Banco Central Europeo a los que tanto parece admirar Ignacio González?
Dan ganas de que alguna vez lleguen a gobernar Andalucía para que dejen, al menos, de soltar estupideces sobre esta tierra.
Juan José Téllez.
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