martes, 29 de abril de 2025
lunes, 21 de abril de 2025
lunes, 14 de abril de 2025
- A POR LA III REPÚBLICA.
Monarquía o democracia. ¡Viva la República!
Por Manu
Pineda
Responsable de
Relaciones Internacionales del PCE
Hace 94 años, el pueblo trabajador
español puso fin a un régimen monárquico, antidemocrático por definición. La
ciudadanía no solo exigía democracia y el derecho a elegir a su jefe de Estado,
sino también la mejora de sus condiciones de vida y trabajo. Al derrocar a la
corrupta monarquía de los Borbones e instaurar la II República, se impulsaron
importantes avances sociales, políticos y culturales, muchos de ellos muy
adelantados para su tiempo.
Así, se reconocieron derechos sociales y laborales, tales como la
consolidación legal de la jornada laboral de ocho horas o la promulgación de la
ley de contratos de trabajo y seguros sociales, que regulaba las condiciones
laborales, las vacaciones y los salarios. También hubo un reconocimiento del
derecho a huelga y se crearon jurados mixtos de trabajadores y empresarios para
resolver conflictos laborales.
Durante la II República se avanzó
en materias como la educación y la cultura. De
este modo, se produjo una expansión del sistema educativo público, laico y
gratuito, se construyeron miles de escuelas y se impulsó la formación de
maestros y maestras. Se implementaron las misiones pedagógicas para llevar
educación, cultura y libros a zonas rurales y desfavorecidas. Asimismo, se
estableció la libertad de cátedra en las universidades.
Aquel periodo histórico también fue
grande en avances en igualdad y derechos de la mujer, con
el reconocimiento del sufragio femenino y el derecho al voto de las mujeres o
el establecimiento de la igualdad jurídica entre hombres y mujeres. Además, se
introdujo el derecho al divorcio y se llevó a cabo una reforma del Código Civil
para ampliar los derechos de la mujer. También se desarrollaron políticas para
facilitar el acceso de las mujeres a cargos públicos y a profesiones
tradicionalmente masculinas.
Otro hito importante republicano
fue la reforma agraria, lo que
supuso la creación del Proyecto de Reforma Agraria para redistribuir tierras no
cultivadas y reducir el poder de los grandes terratenientes (aunque su
aplicación fue limitada y conflictiva). También se impulsaron las cooperativas
agrícolas y se mejoraron las condiciones de los jornaleros. El periodo de la II
República sirvió también para profundizar en la separación
Iglesia-Estado, con la consolidación de un Estado laico,
garantizando la libertad de culto, suprimiendo el presupuesto destinado al
clero y prohibiendo la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Además, en
este sentido, se legalizaron los matrimonios civiles y el divorcio.
También se puede contar como un
logro del periodo republicano los avances territoriales en autonomías, pues se promulgaron estatutos de
autonomía para Cataluña (1932) y se iniciaron procesos similares para Galicia y
el País Vasco. Además, se promocionaron lenguas y culturas regionales.
La II República Española fue una
época de enormes avances sociales y progresistas, lo que la convirtió en un
blanco para el fascismo nacional e internacional, a pesar de la heroica
resistencia de un pueblo que se organizó en milicias para defender su democracia
y sus instituciones republicanas durante tres años. ¡Honor y gloria a nuestros
mártires!
Hoy, cuando la "bestia"
fascista, además de haberse instalado en la Casa Blanca, recorre y se extiende
por toda Europa, y cuando el Gobierno de coalición de España es visto como una
anomalía a erradicar, nos encontramos nuevamente en tiempos oscuros en los que
se persigue, expulsa o lincha a quienes son diferentes. La escalada belicista
pone en peligro la existencia misma de la humanidad y del planeta, mientras la
ONU y el Derecho Internacional parecen sepultados bajo los escombros de Gaza,
junto a los cuerpos destrozados de miles de niños y mujeres palestinos.
Hoy, como ayer, es imprescindible
organizarnos, forjar alianzas y acumular fuerzas para alcanzar una república de
ciudadanas, ciudadanos y pueblos libres, iguales y fraternos. Una república que
implique necesariamente la caída de la monarquía, pero que vaya más allá: una
Tercera República que, tal como recogía el artículo 6º de la Constitución de la
II República de 1931, decrete que “España renuncia a la guerra
como instrumento de política nacional” y, en coherencia con este
principio, no destine ni un euro para la guerra.
Una república que garantice empleo y sueldo digno, vivienda y servicios
públicos esenciales —educación, sanidad, pensiones, protección social y
ambiental, cultura— y que asegure un presente y futuro de oportunidades para la
juventud; una república que profundice en un sistema basado en la democracia
plena, participativa y popular, laica, plurinacional y republicana, junto a un
modelo económico y social sostenible al servicio de la mayoría.
Para ello, se requiere unidad y
lealtad en la movilización: durante este mes de abril se celebrarán
movilizaciones republicanas que desembocarán en una gran concentración unitaria
estatal en Madrid, la segunda Marcha Republicana, el próximo 15 de junio, coincidiendo
con el undécimo aniversario de la proclamación del último Borbón.
Monarquía o democracia. ¡Viva la
República!
domingo, 6 de abril de 2025
- LA ESCUELA PÚBLICA.
La escuela pública: hacer barrio y hacer democracia desde el aula.

Por Esteban Álvarez León
Portavoz de educación del GPS en la Asamblea de Madrid
Hay algo que pasa desapercibido hasta que falta: la escuela pública. Puede que no tenga la fachada más bonita, ni las instalaciones más modernas, pero cuando está, lo cambia todo. Y cuando no está, la ausencia pesa. Porque la escuela pública es mucho más que un lugar donde aprender a leer, sumar o saber quién fue Galileo. Es un lugar de encuentro donde se construye comunidad cada día. La educación pública es un elemento fundamental de cohesión social. Por eso, ahora que estamos en el período de admisión en escuelas, colegios e institutos, es el momento de defender los centros públicos e incorporarnos a su comunidad educativa.
A menudo, cuando se habla de educación, pensamos en leyes, currículos, evaluaciones… Pero más allá de eso, la escuela pública es antes que nada la posibilidad de que todos y todas, vengan de donde vengan, tengan la oportunidad de construir su vida, de que ningún niño o niña se quede atrás por no tener recursos, por venir de otra cultura o por vivir en un barrio olvidado.
Hay historias que nos recuerdan de dónde venimos. Barrios levantados a pulso por familias trabajadoras, donde las casas eran chabolas y el agua corriente llegaba mucho después que los sueños. En esos rincones, donde todo faltaba, la lucha por una escuela no era un lujo, era una necesidad. Porque si no hay escuela, no hay futuro. El barrio de Palomeras Bajas, donde se encuentra hoy la Asamblea de Madrid, es un buen ejemplo de ello. Quienes crecimos allí, lo sabemos bien.
Levantar una escuela pública, aunque no lo parezca, es casi un acto de rebeldía. De los buenos. De esos que cambian las cosas desde abajo, sin ruido, pero con fuerza. Es decirle que sí a lo que nos une y a lo que nos diferencia, es decir que sí al respeto y a aprender de quien no piensa como tú. A lo justo. A que nadie se quede atrás solo porque le tocó nacer en un sitio complicado. A que aquí cabemos todos sin importar de dónde vinimos, quiénes son nuestros padres o cuánto dinero tienen. Al bien común. La justicia social y la igualdad de oportunidades y condiciones. Al final, se trata de eso: de hacer barrio, y hacer democracia desde el aula.
Los colegios públicos son más que horarios y temarios. Hay algo ahí que no entra en el boletín, pero se nota. Es lo que pasa en el patio, en la puerta, en las charlas entre familias. Están las maestras y maestros que, muchas veces sin los medios necesarios, sacan adelante a grupos diversos, complejos, con cariño y vocación. Están los niños, las niñas y los jóvenes, que aprenden, sí, pero también conviven, que escuchan, que entienden que hay otras formas de ver el mundo.
Y cuando una comunidad se organiza para defender su escuela, para mejorarla, para cuidarla, está haciendo algo mucho más grande que pelear por un edificio o una línea más de presupuesto. Está defendiendo su identidad, su dignidad, su derecho a existir.
No es casualidad que cuando se recortan presupuestos, una de las primeras víctimas suela ser la educación pública. Porque lo público molesta. Molesta a quienes prefieren convertir derechos en negocios. Molesta a quienes ven la escuela no como un lugar para formar ciudadanos críticos, sino como un espacio donde entrenar consumidores obedientes.
Pero la escuela pública resiste. Sobrevive. Porque hay gente que se deja la piel, que no enseña solo para aprobar exámenes, sino para para acompañar, para cambiar vidas a paso lento pero firme. Y eso, claro, no gusta a quienes no quieren que nada cambie.
En los pueblos más alejados, esos colegios donde estudian unos cuantos niños, cumplen una función que ningún algoritmo puede reemplazar. Son motor cultural, centro social, esperanza de vida. Hacen comunidad sin necesidad de grandes discursos. Con solo estar. Y eso lo sabemos bien quienes cada día llevamos a nuestros hijos a centros como el de Cabanillas de la Sierra, pequeño, pero nuestro.
Y cuando miramos hacia países que salieron adelante gracias a una apuesta firme por la educación pública —una educación con los pies en la tierra, ligada al entorno, al trabajo comunitario, al respeto mutuo— vemos que hay un patrón que se repite: la educación pública es el principio de una sociedad fuerte y solidaria donde cabemos todos y todas.
Por eso, defender la enseñanza pública no es nostalgia, ni romanticismo. Es urgencia. Es compromiso con el presente y con el futuro. Es entender que no hay democracia plena sin educación accesible, equitativa y de calidad. Y que ningún país puede avanzar si deja a una parte de su gente en el andén, mirando cómo pasa el tren sin poder subirse.
La escuela pública es mucho más que un edificio. Es ese lugar al que vas sabiendo que alguien te espera. Y eso, perdonad que insista, no se compra ni se vende.