En España
apedreamos muy bien.
Impresiona la saña catártica y justiciera con que
propios y ajenos sacuden a quien solo un día antes tenían por referente
político, parlamentario valioso, intelectual brillante; respetado por sus
adversarios, muy bien valorado por los votantes, y apreciado por los suyos que
siempre lo situaron en puestos de responsabilidad.
Yo mismo venía a este artículo
con mi piedra preparada, indignado con las revelaciones de estos días, pero se
me ha encogido un poco la mano al ver la que le está cayendo encima. Vaya por
delante que me parece repugnante la forma en que Errejón trataba a las mujeres,
según ellas denuncian y él mismo reconoce (se entiende en su carta que era un mierda, pese al
lenguaje críptico). Y si se demuestra que ha cometido algún delito, debe pagar
por él, y sus víctimas merecen toda nuestra consideración. Dicho lo cual, me
impresiona la saña catártica y justiciera con que propios y ajenos sacuden a
quien solo un día antes tenían por referente político, parlamentario valioso,
intelectual brillante; respetado por sus adversarios en el combate dialéctico,
muy bien valorado por los votantes, y supongo que muy apreciado por los suyos,
tanto en su día en Podemos como ahora en Sumar, pues siempre lo situaron en
puestos de responsabilidad, candidaturas electorales y nada menos que la
portavocía en el Congreso.
En cuestión de horas no quedaba
nada de todo aquello. ¡Catacroc!. De pronto, en estado de shock, resulta que
todos lo veíamos venir o incluso lo sabíamos ya, todos sospechábamos desde
siempre que no era trigo limpio, todos habíamos oído rumores de su toxicidad,
todos nos decimos decepcionados, todos nos fustigamos por no haberlo apartado
antes, todos releemos a la nueva luz sus intervenciones parlamentarias, sus
entrevistas y mítines, sus tuits, sus whatsapps privados, y hasta su libro de
memorias políticas, en el que hoy encontramos las pistas que no supimos ver.
Durante años repetíamos aquello,
atribuido a Rubalcaba, de que “en España enterramos muy bien”: la muerte,
biológica o política, multiplicaba los elogios hacia quien solo unos días antes
era despreciado por los mismos que lo ensalzaban en la hora del adiós.
Últimamente, parece que lo que se nos da mejor es apedrear. Y aunque hoy
tenemos muy claro que Errejón merece el apedreamiento por todo lo enumerado en
el primer párrafo, cuidado con los apedreamientos, que generan inercias
sociales que luego no hay quien pare.
Otro día, cuando se nos pase el
calentón, discutimos eso de “la contradicción entre el personaje y la persona”,
que también tiene su miga, y a mí, lo confieso, me genera muchas dudas esa
exigencia de coherencia absoluta entre lo que uno es en público y en privado.
Porque si lo hacemos extensivo a otros ámbitos de la vida, lo aplicamos no solo
al machismo, y no lo limitamos a los comportamientos delictivos, entramos en un
terreno muy resbaladizo donde la mayoría patinaríamos en algún momento. Aunque
tiremos la primera piedra.
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